LA PEOR MINA:
No
solíamos hacer caso a aquello de que debíamos controlar una hora exacta de
descanso. No teníamos reloj y nunca nos era tiempo suficiente para terminar la
conversación empezada. Tampoco nos preocupaba. Ya nadie podía vernos. Tanta oscuridad
solo dejaba ver lo que las linternas del casco alumbraban. Joselo y yo éramos
los únicos dos empleados que habíamos quedado, compañeros de sufrimiento desde
hacía un año. Trabajábamos de sol a sol, por así decirlo, hacia meses que no lo
veíamos ni sentíamos su calor sobre nuestra piel. Cuando salíamos a la
superficie ya era de noche.
―En serio te digo, Joselo, yo no sé qué
le pasó. Cuando salí para acá, aquel domingo, se quedó ahí en casa guardando
sus cosas y diciendo que era la despedida, que cuando yo fuera de vuelta ella ya
no iba a estar.
La
mina quedaba lejos de donde vivíamos. Siempre hablábamos sobre lo mismo a la
hora del descanso, ya habíamos agotado todos los temas. De lunes a viernes nos
quedábamos en el lugar del trabajo, de día acá abajo y de noche al subir a la
superficie en una carpa. Ya hacía tres fines de semana que hacíamos horas
extras sábado y domingo. No íbamos para Montevideo y no sabíamos nada de
nuestras familias.
―Pero escúchame, vos también, como le
vas a decir eso.
―Pero es la verdad ¿o no? ¿Cómo sabe
uno que la relación va a durar toda la vida? Quien la manda a preguntar eso.
―Uno tiene que tener cintura,
¿entendes? A las mujeres no conviene cortarle los sueños. A nadie conviene, a veces
hay que decir lo que el otro espera escuchar.
―¡No, pará, yo no soy falso.
―¿Y cuando las parejas van y prometen
frente al cura amor eterno, cuidarla y todas esas cosas, he? Todo el mundo hace
eso y dicen: ¡si acepto! sin darle tanta vuelta, todos menos vos, así te va,
ahí estas solo otra vez
―La puta que lo pario, tenes razón.
Pero a mí no me gusta ser falso. ¿Sabes que? Hoy salimos antes para arriba y
nos vamos para el centro a comprar una caña de esas baratas brasileras. Me
quiero emborrachar, estoy podrido.
―Si, vamos y traemos unas cuantas. A mí
lo que me tiene podrido es estar acá ¡Para que mierda te habré hecho caso! Me
dijistes que este era el futuro, que íbamos a ganar mucha plata, que venía
gente de todos lados a trabajar. Sos un mentiroso, falso como el oro que nunca
encontramos. Estamos todo el día metidos en medio de la tierra, picando,
poniendo explosivos. Estamos peor que los cavernícolas ¿Entendes? ¡Mira, mira
mi cara toda negra, no me sale con nada esta costra que tengo pegada! Extraño a
mis hijos, a mi mujer ¡A vos no te importa nada porque vos no tenes a nadie,
pelotudo!
―Esta bien, dale, descárgate contra mí
otra vez. Todos los días lo mismo
―Pero escúchame, como no te va a dejar
la mina esa, tiene razón, sos lo mas falso que hay. Nunca me dijistes que estos
eran campos donde la gente plantaba y vivían felices. Ahora ni pájaros hay. Hace
tres semanas que no nos vienen a pagar, ¿qué hago yo cuando vaya para
Montevideo, que le digo a aquella?
―Y bueno, ¿qué queres? Si no
encontramos oro. No entendes, tenemos que encontrar el oro.
―A no, sos boludo o te haces, ¿de quién
es el oro que encontremos? A mí me tienen que pagar igual, yo no vivo de vender
oro, yo vivo de trabajar
―Si, ya sé, pero tenemos que
encontrarlo Joselo, tenemos que encontrarlo
―Ya estoy podrido de hacer agujeros y
vivir adentro de ellos. Ya hace un año y nunca encontramos más que piedra y
tierra y agua sucia que es la que tenemos que tomar.
―Bueno, sabes que, vamos, vamos para el
centro de Rivera y tomamos unas cervezas uruguayas y caña brasilera así se te
pasa.
Dejamos
las herramientas entre los escombros y salimos caminando rumbo a la superficie.
De a poco fuimos acomodando los ojos a la luz, tanto tiempo sin ver el sol nos
cegó. Todos los agujeros que habíamos hecho antes estaban tapados, y ahora alrededor
nuestro habían solo eucaliptus recién plantados. Nos miramos sin decir nada, no
lo podíamos creer.
―Creo que nos invadieron ―comentó Joselo
―¡Te dije, te dije! ―Le grité y corriendo fui a buscar la
escopeta.
―¡Deja, deja eso, son manifestantes, ya
te expliqué, vienen a reclamar sus tierras, son ecologistas, no te das cuenta que
tienen razón!
―No te das cuenta, estos no son los
manifestantes, ellos se ponen atrás del alambrado con sus banderas y pancartas,
estos son otros. Hay que tirarles a pegar. Nos vienen a robar el oro.
―Pero que oro, boludo, si no tenemos
nada
Disputábamos
la escopeta cuando esta se disparó y le pegó a uno que agachado plantaba los nuevos
árboles. Todos los demás corrieron. Cargué y disparé nuevamente, no le pegué a
nadie, (me pareció).
―Ves, ves lo que hacen, plantan árboles
para ocultarse atrás de ellos y robarnos el oro Joselo, te dije que esto iba a
pasar.
El estar encerrado tanto tiempo bajo
tierra nos había vuelto locos. Al principio venían los dueños -que eran extranjeros- los del gobierno y
obreros de todos lados. Pero todos se fueron, nunca se encontraba nada más que
lo que la sabia naturaleza sabía dar. Los dueños se habían ido y nadie sabía en
qué país estaban, ni tampoco nadie nos vino a avisar que ya no teníamos que
trabajar allí. Al gobierno cuando le preguntaban esquivaba el tema.
La
policía llegó y Joselo levantando los brazos salió corriendo a recibirlos. Yo,
viendo que eran muchos, hice lo mismo. Nos acusaron de asesinato, de querer
detener el progreso y de ser ecologistas en contra del monocultivo. No nos
escucharon al defendernos y nunca pudimos hablar con nadie más que con algunos presos
que nos veían como sus iguales y también estaban ahí por ser revoltosos. Todos
los demás presos no nos entendían, hablaban portugués y decían que estábamos en
Rio de Janeiro. No sé que habrá pasado con mi ex, ni a donde estará viviendo,
ni tampoco supe mas nada de mi casa en Montevideo. La familia de Joselo lo lloró
en el entierro luego de que un policía les fuera a dar la trágica noticia de su
muerte tras una explosión mal puesta, por él mismo, le dijeron. El primer día,
como a todos los otros presos nos dejaron salir al patio, alguien nos dijo que
abajo de la improvisada cancha de futbol había oro, nos pusimos a hacer un
agujero con las manos y los guardias acusándonos de que estábamos haciendo un
túnel para escaparnos nos metieron para adentro. Ahora ya hace tiempo que
tampoco vemos este sol. No nos dejan salir más, pero estamos acostumbrados y
como no hay oro para buscar en la celda hablamos todo el día y arreglamos
nuestro pasado. Planificamos nuestro futuro. Dicen que acá cerca los mismos
extranjeros tienen otras empresas, pensamos ir a pedirles explicaciones,
cobrarle lo adeudado y de paso, trabajo, cuando salgamos. La cara de Joselo de
a poco va tomando su color original.
―Yo te juro Joselo, te juro que no
entiendo como se pudo haber enojado por eso. Le gustara que uno sea falso
―Ya pronto saldremos, y quien sabe no
te está esperando y te llevas una sorpresa. Ya podríamos estar allá, estamos
acá por culpa tuya. Ya estoy podrido de estar siempre encerrado.
―A mi me dijo uno de estos que parece
van a poner un subte en Rio de Janeiro. Seguro que ahí nos llaman. Nadie hace
pozos como nosotros.
―Y compramos una caña barata brasilera
y le damos...
Ariel
Azor
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