LA LEY FORESTAL YA TIENE 25 AÑOS Y TODOS LOS GOBIERNOS LA HAN IMPULSADO
Árboles, negocios y desarrollo
Una charla con Pierre Gautreau (*), geógrafo francés que acaba de publicar Forestación, territorio y ambiente sobre los cambios que trajo la silvicultura en la región.
Fernán Cisnero29 mar 2014
Pierre Gautreau nació en Cognac, Francia, en 1977 y vivió 10 años en Uruguay. Actualmente es profesor de geografía en la Universidad París 1 Panatheón Sorbonne. Su tesis de doctorado fue sobre la historia del bosque nativo uruguayo. Forestación, territorio y ambiente lo acaba de publicar la editorial Trilce.
—Es bastante crítico sobre el papel de la forestación como modelo de desarrollo en Uruguay. ¿Este libro puede ser visto como una advertencia sobre cómo debatir el tema de la megaminería?
—El libro no pretende ser un manual de advertencias, sino que junta evidencias aprovechando la distancia temporal de 25 años que nos permite medir los efectos de un modelo que vino con muchas promesas de la cuales muchas no se cumplieron. El modelo de la minería es semejante: se piensa que las empresas transnacionales son las mejor posicionadas -por experiencia o capacidad de inversión- para asumir el trabajo de valorizar los recursos naturales del país. Hasta ese punto, la forestación, sí, sirve para pensar la megaminería. Después, y es lo que intento hacer como geógrafo en el libro, los procesos, la forma de instalarse y la relación con el vecindario son completamente diferentes.
—¿Quién nos convenció de la forestación como un modelo de desarrollo?
—Fue un impulso de los organismos mundiales —el Banco Mundial en particular— aceitándoles los proyectos a los empresarios del norte que querían invertir en la región. Lo importante era aportar financiación a esas empresas para que puedan invertir en el sur y, con la ley forestal darles seguridad jurídica a las empresas. Enviar una señal política de que el país estaba pronto para recibir a esas empresas.
—Por la misma razón que el actual gobierno necesita una ley de minería.
—Exactamente. Hay un debate muy interesante que en el libro lo abordo aunque hay material para profundizarlo más adelante sobre si esos incentivos fueron fundamentales para atraer a los inversores. Hoy el gobierno y las empresas madereras dicen que sin esa ley y el subsidio que ofreció no se hubiera creado el sector. Yo argumento que Uruguay en las décadas de 1990 y 2000 era un país de destino de la industria y hubieran venido sin subsidio o con una ley menos favorable que la que resultó. Pero lo fundamental de esa ley es que marcó un compromiso férreo de todos los gobiernos desde entonces con el proyecto de establecer un sector maderero. La ley forestal tiene más valor político que económico: manda una señal de que el Estado respalda esos proyectos.
—¿Cómo es eso?
—Porque apenas 10 años después de implementada, o sea en 1998, ya empieza a haber atrasos en los pagos de los subsidios e igual las empresas siguieron plantando. Los atrasos en los pagos del Estado mataron a muchos pequeños inversores forestales pero no a las grandes empresas. Esa es la prueba de que para esas empresas el subsidio no fue clave.
—¿Los gobiernos podían haber dicho que no?
—Todo se arma bajo una opción neoliberal clara pero hay que ubicarse en esa época en la que la productividad agrícola y ganadera del país era muy baja —es antes de 2000, no había entrado la soja— y por eso fue más fácil argumentar que la forestación iba a ser una alternativa a ese modelo productivo que no daba los réditos esperados. Además, la esperanza era crear un sector más diversificado de medianos y pequeños productores forestales. Algo que no se dio.
—Por los atrasos en los subsidios que recién mencionaba.
—Entre otras cosas. La ley permitió a pequeños propietarios entrar al sistema forestal pidiendo créditos blandos al BROU y beneficiando con un subsidio de plantación. Así mucha gente se abocó a plantar pero ese segmento desapareció porque además cuando salió la primera cosecha (10 años después de iniciada la inversión), los precios internacionales habían caído y Uruguay entraba en crisis por lo que tuvo que vender a precios bajísimos. Así la concentración aumentó.
—La explotación forestal, está claro en el libro, trajo cambios sociales, económicos y territoriales en el Uruguay...
—La agricultura y la ganadería cambiaron mucho y hay que evitar concentrarse en la forestación como el único factor de esos cambios. La forestación lo que hizo fue profundizar un modelo de cambio territorial en el que se vacía el espacio rural disperso a favor de pequeños pueblos y ciudades. En Uruguay crecen los pueblos de campaña (los de 500, 600 habitantes) y crecen capitales departamentales. Hay quienes dicen que el campo cambia y esa migración hacia centros poblados es positiva ya que significa mejor acceso a los servicios.
—Y eso no estaría mal...
—El tema es qué proyecto tiene el país en cuanto a permanencia de población en el campo y qué significa eso. A mi como francés me choca que se apueste a un modelo de segmentación espacial entre lugar de producción (al que llegan tipos de mañana, cosechan y se van) y zonas de vida puramente urbanas. Se pierde muchísimo del conocimiento íntimo de lo que es el ambiente al no haber más gente con apego al lugar y atenta a los temas ambientales. Eso se termina perdiendo.
—O sea que el medio rural se vacía de gente.
—Sí, hay una ausencia de presencia humana en el campo. La forestación aumenta eso en Uruguay porque la forestación llega a espacios donde no llega ni la agricultura. La soja, por ejemplo, ganó espacios sobre la pradera pero eran lugares que en la década de 1940 y 1950 se dedicaban, no sé, al trigo. No hay avance brutal de la frontera agrícola en Uruguay. Lo que sí hay es mucha parte de pradera natural que se convierte en pradera artificial y está la forestación que llega aún más lejos en suelos que nunca se cultivaron. Todas las sierras del este, por ejemplo, en Cerro Largo, Treinta y Tres, Lavalleja y Rocha. La forestación no es un factor decisivo pero sí adicional que ayuda al vaciamiento.
—¿Quiénes se van?
—El vaciamiento toca mucho a los productores que arrendaban un campo porque antes, en la zona de sierras, los pequeños productores se mantenían arrendando tierra en la vecindad pero cuando llegó la forestación, subieron las rentas y se taparon los campos de árboles.
—¿Alguien se hizo rico con la forestación? Pregunto porque, en la década de 1990, destinar su campito a la forestación fue una opción de muchos uruguayos. Algo así como poner una cancha de padel. ¿Fue un buen negocio?
—Está todo el mundo de los contratistas. UPM es un grupo gerencial que mantiene el control directo de las cuestiones estratégicas (como la genética, gestión de tierras, algunos elementos de logística) pero todo el resto está tercerizado. Las empresas son coordinadores de otras empresas que hoy en Uruguay serían unas 800. Dos tercios de los empleados de UPM son a través de contratistas. Y a algunos contratistas les va muy bien y sí deben haberse hecho ricos.
—Claramente la forestación cambió el paisaje uruguayo pero eso de llegar a lugares donde antes no había llegado la agricultura debe haber influido en los ecosistemas, en el medio ambiente.
—No está medido el cambio medioambiental y la pregunta es por qué no se mide. Lo que se sabe es que la forestación reduce los caudales de los cursos de agua, sobre eso no hay controversia científica. En Brasil, las empresas decían que el eucalipto no hacía nada, hoy reconocen que hay un impacto sobre la biodiversidad y sobre el agua. En Uruguay aún no se dice abiertamente de parte del gobierno y las empresas que haya impacto. Y otra vez, hay que ver qué parte de ese impacto es culpa de forestación. El río Tacuarembó claramente se vio afectado, el tema es cómo se mide. Y que además se debe hacer un seguimiento a largo plazo y con datos anteriores. Para mí, una consecuencia de la forestación es la retracción de los campos nativos y ese impacto se mide a lo largo de muchos años en términos de dinámica poblacional de animales o de flora. Y eso no se está midiendo. Uruguay es un anti-Amazonas: un frente de árboles que se plantan sobre un ecosistema nativo que es la pradera. Las praderas templadas como las que tiene Uruguay son un ecosistema muy escaso en el mundo.
—Entiendo, pero ¿qué hay que hacer entonces? ¿No forestar?
—Uruguay ya tiene suficiente superficie forestada y las dinámicas de transformación de las praderas ya fueron bastante lejos. Se puede regular y mejorar el impacto ambiental.
—Usted habla de promesas incumplidas por la forestación. ¿Una de ellas es el impacto ambiental?
-Una promesa era "vamos ser ejemplo de una gestión responsable del medio ambiente". Pero las empresas forestales no mejoraron la capacidad de Uruguay de controlar los efectos ambientales. En el libro menciono un "memorándum secreto" entre el gobierno y Montes del Plata. Eso surgió en 2011 y es un contrato por el que Uruguay se compromete a ayudar a la empresa a maximizar su ganancia. El problema era que las plantaciones estaban en el norte y las plantas de celulosa en el sur. Montes del Plata le dice al gobierno "esta situación se heredó por el conflicto en Fray Bentos, yo no tengo la culpa, así que usted debe ayudarnos a acercar las plantaciones a la planta de Conchillas". El gobierno acepta pero al hacerlo estuvo dispuesto a crear una nueva categoría de suelo forestal para cumplir con eso. La política ambiental del gobierno es errática, no responde a criterios pre-establecidos sino que se adapta, por ejemplo, a un pedido específico de una empresa. No hubo aprendizaje colectivo en cuanto la capacidad de controlar socialmente los efectos medioambientales. Esa es la conclusión más pesimista que saco del libro.
—Antes se había dado algo de eso con Botnia.
—Sí, pasó un poco lo mismo. Hasta el conflicto de Fray Bentos, había en Uruguay una discusión muy interesante sobre forestación. Uno puede pensar lo que quiera sobre las ONG ambientalistas pero habían logrado instalar el tema en la agenda. Pero después del conflicto todo Uruguay cierra filas detrás del presidente Vázquez porque pasó de ser un conflicto local a uno entre dos países y mucha gente en Uruguay se sentía como agredida por Argentina y todo eso para el sector forestal fue muy interesante. Vázquez empezó a defender la planta y a todo el sistema forestal como la bandera de la actividad que nos paraba como paisito frente al agresor argentino. Y fue contraproducente para un debate serio.
—En la introducción del libro usted cuenta una anécdota en la que una ingeniera de una forestadora se refería al sector como "los malos de la película". ¿Son realmente los villanos?
—Son uno de los malos de la película. Ellos sienten, y tienen algo de razón, que fueron el foco de las críticas al modelo global neoliberal y se quejan, con cierta razón, que hubo épocas en Uruguay que se pensaba que los únicos problemas eran la forestación y la soja cuando la agricultura tiene otros problemas. Pero en donde comparto que son los malos de la película es en el modelo de enclave que desarrollan. ¿Quiénes sacan el mayor provecho del sector? UPM y pronto Montes del Plata y toda la plusvalía que se genera que es la producción de celulosa que se produce en zonas francas. El gran tema, más que el subsidio que se les dio, que fue un gasto social muy importante, es que se produzca en zonas francas y que el Estado uruguayo no tenga ninguna perspectiva de lograr levantar impuestos sobre esas ganancias que son increíbles. UPM empezó a pagar dividendos a sus accionistas a los dos años de haber instalado la planta en Fray Bentos y amortizó en tres años lo que había aportado a la multimillonaria inversión. Uruguay de eso con lo que único que se queda es con el impacto ambiental negativo. Es un sistema desigual.
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