Una plaga dura de tragar
El cambio en el sistema productivo de las últimas décadas enciende una luz amarilla por el aumento en el uso de agroquímicos, lo cual está generando contaminación ambiental. Una de cada 10 frutas en Uruguay tiene más residuos de pesticidas de lo aconsejable en Europa.
Si somos lo que comemos/soy conservante/soy peligroso/soy bastante artificial", canta La Abuela Coca, y es una forma de presentar un tema con opiniones divididas y teorías aún no del todo comprobadas: la utilización de agroquímicos en la producción de alimentos. Un estudio de la Intendencia de Montevideo estima que una de cada 10 frutas y verduras que se compran en la capital excede los límites de residuos de pesticidas que acepta la Unión Europea. Es una cifra similar a la que arrojó en 2013. Sin embargo, cuando se utilizan los estándares del Codex Alimentarius, la norma internacional que Uruguay ratificó por decreto, la problemática desciende a un 2% del total.
Los agroquímicos tienen la doble cualidad de ser la solución a una enorme cantidad de problemas —como evitar insectos, hongos y malezas (entiéndase no perder millones de dólares)—, pero de contribuir activamente a la generación de otros tantos. Y son estos últimos los que reverdecieron con fuerza este año: contaminación de ciertos cursos de agua, la declaración que emitió la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer sobre el glifosato —el herbicida más utilizado en el país— como "probable" cancerígeno, y la opinión de algunos pobladores de Dolores, en Soriano, que ante el último Consejo de Ministros en el interior denunciaron que se estaban enfermando por contaminación agroindustrial.
A nivel nacional existe un monitoreo de la situación, pero no un control. No se pone en duda que el abuso de agroquímicos acarrea un mal mayor que el exceso de alimentos procesados, para los que se utilizan numerosos conservantes y químicos que, muchas veces, resultan más nocivos. Pero el hecho de que en los últimos 10 años se haya triplicado el uso de plaguicidas en el país y que la importación de estos productos sea seis veces mayor que en 2005, según el Departamento de Toxicología de la Facultad de Medicina, enciende una luz amarilla.
"Hubo un cambio brutal en el sistema productivo del país", dice la excatedrática del Departamento de Toxicología, Mabel Burger. "Las grandes extensiones de monocultivos agotan los suelos, por lo que se necesitan más fertilizantes, las plantaciones se hacen resistentes por lo que se echa cualquier cantidad de agroquímicos (por hectárea, aclara), y hasta se tira el producto desde una avioneta en un país con mucho viento".
Un 2% de los fitosanitarios (como se los conoce formalmente a los agroquímicos) termina en los cultivos. El resto, por arrastre de la lluvia, el viento o la evaporación, va a parar a las cuencas de agua, a los animales o queda en los suelos. Pero a diferencia de un plaguicida de uso humano —un piojicida para niños, por ejemplo— que solo tiene 1% de veneno, "en estos productos para el agro hay un 60% de concentración", señala Burger. En resumen: "Más que afectarse al trabajador que coloca el plaguicida, hoy hay una contaminación ambiental", advierte Eduardo Egaña, químico responsable del laboratorio de Residuos de Plaguicidas de la Intendencia de Montevideo.
De hecho, el Centro de Información y Asesoramiento Toxicológico (CIAT) que funciona en el Hospital de Clínicas fue creado en 1975 "por el frecuente número de pacientes intoxicados con plaguicidas". Por entonces, la mayoría de los casos eran trabajadores que, sin protección, inhalaban el producto que vertían. "Ahora los enfermos son pobladores de las comunidades que quedan encerradas por los cultivos, por ejemplo, de soja". Y aclara: "Hay una mayor idea de cómo usar elementos protectores para echar los productos, pero luego no se fiscaliza que un empleado limpie el tanque en la cañadita o el arroyo".
Fuentes del Ministerio de Salud Pública revelaron que en los últimos dos años la cartera aplicó seis multas por contaminación ambiental que afectó a un tercero; una de ellas fue este año en Paysandú.
No hay ningún estudio científico que asegure que un plaguicida autorizado por el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca (MGAP) conlleve directamente a una enfermedad concreta. Se sabe que, como todo químico, "tiene consecuencias nocivas para el organismo, sobre todo en combinación con otros factores", dice Burger. De ahí que se encuentren metabolitos de plaguicidas en la orina. La presencia de esos químicos puede provocar cáncer, malformaciones fetales y Parkinson, siendo estas las enfermedades más extendidas en toxicidad crónica (y que pueden aparecer varios años después de la exposición a estos productos). En todos estos casos, la evidencia se consigue mediante estudios epidemiológicos (que no existen en Uruguay) y pruebas de laboratorio.
En Argentina "aumentaron las malformaciones fetales en pueblos rodeados por plantaciones de soja", dice Burger. Incluso hay académicos de esas localidades que llaman al glifosato y al 2,4-D "los asesinos silenciosos".
Otra consecuencia posible es la toxicidad aguda, como un cuadro respiratorio complejo, por lo general producto de una ingesta más directa del plaguicida. Con frecuencia, este tipo de afecciones termina en consultas al CIAT por corroborarse la intoxicación. Son el 97% de los 260 casos por año que recibe, en promedio, el centro. Es decir, la tasa de intoxicación es de siete personas cada 100 mil habitantes.
A priori, los residuos de plaguicidas que quedan en frutas y verduras pueden perturbar a nivel crónico, y en menor proporción en agudo. Estos últimos pocos ejemplos ocurren cuando un productor vierte un agroquímico no autorizado (ilegal). "En el último año no hemos encontrado esta situación", dice Inocencio Bertoni, director de Servicios Agrícolas del MGAP. Sí descubrieron la aplicación de productos que están autorizados solo para otro tipo de cultivos (una "desviación en el uso"). "En ese caso se sanciona y exige corrección".
Datos.
"En Uruguay tenemos un gran problema", indica el químico Eduardo Egaña. "Salud Pública emitió un decreto en 2010 que adopta los límites del Codex para agroquímicos. Pero hay productos que no se contemplan. Entonces aparece determinado plaguicida en determinada planta, y no hay referencias. Pedimos, por tanto, que se adopte otra reglamentación, como la europea", manifiesta el director del laboratorio de Residuos de Plaguicidas de Bromatología de Montevideo.
En concreto, el laboratorio que Egaña dirige es uno de los organismos que intervienen en el Plan Nacional de Vigilancia de Residuos. Se trata de un programa de monitoreo que encabeza el Ministerio de Ganadería y que fue institucionalizado en 2012. "El plan es solo para ver cómo está la situación; ante la detección de una anomalía no se toman medidas de control", aclara Bertoni. Sí tiene injerencia en el terreno la intendencia.
Para el 2015, el plan pretende analizar 220 muestras de frutas y verduras (de productos importados, y producción nacional para consumo interno o exportación). En los años anteriores "en ninguna muestra se encontraron plaguicidas que superaran los límites del Codex", dice Bertoni quien, ante el pedido expreso, prefirió no revelar los datos concretos porque "son poco significativos para entender cuál es la situación".
La Intendencia, por su parte, tuvo otra complicación: "Se cambió la instalación eléctrica del laboratorio y algunos meses estuvo parado el muestreo", explica Egaña. A su entender, "esto no supuso un riesgo porque estaban los controles del ministerio y otros laboratorios". Ahora funciona a media máquina porque están calibrando los equipos, un trabajo que se realiza todos los años y tiene un costo de 35 mil dólares.
Como químico, Egaña considera que "lo más grave" en la actualidad es consumir el agua de la canilla, porque es donde encuentran más toxinas. Sugiere quitarles la piel a las frutas y verduras. ¿Y hervirlas? "No necesariamente sirve, porque algunos químicos se potencian con calor.
La toxicóloga Burger es más drástica. "Son moléculas muy resistentes a las diferentes temperaturas y a la humedad... Pelar o hervir no evita el problema". Para ella lo que urge es "un mayor control de las cantidades y el modo en que se aplican los productos químicos. "A veces las ONG pueden ser extremistas —dice Egaña—, pero están alertando de las cosas que suceden".
Alternativa a la que la falta un control más estricto
"Consumir frutas y verduras orgánicas": esa es la recomendación de la toxicóloga Mabel Burger. Una visión con la que coincide el químico Eduardo Egaña, de la Intendencia de Montevideo: "Prefiero comer una manzana con una pintita porque algo le picó, que comer una con agroquímicos". Ambos especialistas comentan que los precios "se están emparejando" y que hoy en el mercado no es "tan difícil" encontrar productos orgánicos. Pero, ¿por qué estos cultivos aún no se extendieron? Recién desde este año rige la certificación de que un producto es, efectivamente, orgánico. Es decir, "no hay un control previo sobre aquellos que dicen estar ofreciendo frutas y verduras orgánicas", advierte Inocencio Bertoni, de Servicios Agrícolas del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca.
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