AL
CARRITO
"La niebla
es la panza de un fantasma gigante que se echó a dormir boca abajo"
Coso
Tragó el último sorbo de tinto que recorrió su
garganta reseca de porro. Era un martes cómo cualquier martes. Tanteo lo que
quedaba de vino en la caja, moviéndola con un suave torcer de su muñeca,
midiendo el vinito que restaba dentro. Dos o tres tragos largos craneó. Calculó
la hora. Le quedaban un par de bondis por pasar, sobre todo el 468, la charla
se había apagado hacía ya largo rato producto de un chiste cuasimalo y alguna
sonrisita falsa por compromiso. Un pensamiento demasiado complejo empezaba a
sobrevolar la rueda de personas, y decidió abandonarla con un leve gesto de
chau nos vemos. Chapó la bici baqueteada dándose cuenta lo imbécil que había
sido el pensamiento sobre los ómnibus, pensamiento drogo, y arrancó por la
subida de Tristán esquivando parias que interceptaban su borracho trayecto en
pos de algo. A esa hora era difícil que le quedara un cobre. Pensó en pasar por
el carrito antes de terminar su noche. El carrito era su nueva obsesión, más
precisamente la flaca nueva que atendía de ojos miel y media plancha. Juan
siempre le compraba una hamburguesa de 35 y le pedía que le pusiera mayonesa,
mostaza y kechu, pero hasta ahora no había podido intercalar un comentario
ingenioso, descontando alguna miradita rastrera con sonrisa incluida. Se sentía
un idiota siempre que reía sin tener un motivo lo suficientemente real como
para hacerlo. Pensó en preguntarle alguna noche, cómo se llamaba y a que hora salía
de trabajar. Todo un valiente mental. Pero esa no era la noche. Le quedaban 15
pesos y no llegaba a los 35 del manjar, el carrito no vendía caramelos ni nada
de 15 pesos. Sonrió imaginando la situación, -Flaca dame 15 caramelos, no, en
realidad no quiero caramelos, te quiero a vos, sacate el gorrito ese de mierda
y vámonos a tomar vino a otro lugar que no huela a frituras.-
Después se la imagino tendida en la cama de su
cuarto, ya sin ropa, pero con el gorrito del uniforme chupandole la pija. Esto
hizo que su mente reviera la posibilidad de pasar por el carro.
Un frío recorrió su cuello haciendolo
percatarse de que no tenía bufanda y sus pies aún estaban mojados pidiendo
frazada. El asiento de la bici se acoplo a su culo y arrancó pedaleando por 18,
agradecido por las 10 cuadras sin subida y mirando de reojo y desde lejos, al
carrito.
Diego Andrada
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