lunes, 8 de octubre de 2012

concurso de poesía y cuento corto


AL CARRITO

"La niebla es la panza de un fantasma gigante que se echó a dormir boca abajo"
Coso

Tragó el último sorbo de tinto que recorrió su garganta reseca de porro. Era un martes cómo cualquier martes. Tanteo lo que quedaba de vino en la caja, moviéndola con un suave torcer de su muñeca, midiendo el vinito que restaba dentro. Dos o tres tragos largos craneó. Calculó la hora. Le quedaban un par de bondis por pasar, sobre todo el 468, la charla se había apagado hacía ya largo rato producto de un chiste cuasimalo y alguna sonrisita falsa por compromiso. Un pensamiento demasiado complejo empezaba a sobrevolar la rueda de personas, y decidió abandonarla con un leve gesto de chau nos vemos. Chapó la bici baqueteada dándose cuenta lo imbécil que había sido el pensamiento sobre los ómnibus, pensamiento drogo, y arrancó por la subida de Tristán esquivando parias que interceptaban su borracho trayecto en pos de algo. A esa hora era difícil que le quedara un cobre. Pensó en pasar por el carrito antes de terminar su noche. El carrito era su nueva obsesión, más precisamente la flaca nueva que atendía de ojos miel y media plancha. Juan siempre le compraba una hamburguesa de 35 y le pedía que le pusiera mayonesa, mostaza y kechu, pero hasta ahora no había podido intercalar un comentario ingenioso, descontando alguna miradita rastrera con sonrisa incluida. Se sentía un idiota siempre que reía sin tener un motivo lo suficientemente real como para hacerlo. Pensó en preguntarle alguna noche, cómo se llamaba y a que hora salía de trabajar. Todo un valiente mental. Pero esa no era la noche. Le quedaban 15 pesos y no llegaba a los 35 del manjar, el carrito no vendía caramelos ni nada de 15 pesos. Sonrió imaginando la situación, -Flaca dame 15 caramelos, no, en realidad no quiero caramelos, te quiero a vos, sacate el gorrito ese de mierda y vámonos a tomar vino a otro lugar que no huela a frituras.-

Después se la imagino tendida en la cama de su cuarto, ya sin ropa, pero con el gorrito del uniforme chupandole la pija. Esto hizo que su mente reviera la posibilidad de pasar por el carro.

Un frío recorrió su cuello haciendolo percatarse de que no tenía bufanda y sus pies aún estaban mojados pidiendo frazada. El asiento de la bici se acoplo a su culo y arrancó pedaleando por 18, agradecido por las 10 cuadras sin subida y mirando de reojo y desde lejos, al carrito.

Diego Andrada


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