sábado, 8 de noviembre de 2014

FELISBERTO

FELISBERTO HERNÁNDEZ REEDITADO

Más felicidad y asombro

Un ícono de la cultura uruguaya que siempre vuelve, y que hay que leer.

Carlos María Domínguezvie nov 7 2014
ENTRE LOS íconos de la cultura uruguaya, la relevancia de Felisberto Hernández no ha dejado de crecer pese a la circulación errática de su obra, en vida del autor y también pos mortem, debido a una cadena de dificultades en la tramitación de los derechos de autor. Cumplidos los cincuenta años de su muerte (el 13 de enero de 1964), finalmente la obra ingresa al dominio público y a un tiempo franco que cabe celebrar con esta edición de Por los tiempos de Clemente CollingEl caballo perdido y Tierras de la memoria, preparada por Criatura editora bajo el título Tres novelas longevas, ilustrada por Federico Murro.
Son nouvelles escritas entre 1942 y 1944, cuando Hernández decidía abandonar la vida de concertista de piano para llevar una vida de escritor, y las tres recuperan muchas vivencias de las etapas de su formación musical, que coinciden con su niñez y juventud. Integran lo que la crítica ha llamado el "ciclo autobiográfico", por las referencias directas a personas y episodios que Felisberto evoca con el espíritu proustiano de dar al pasado una segunda realidad. Solo que a menudo encuentra dificultades en los caminos de la memoria, y se diría que una parte considerable de estos relatos trazan una velada sátira de la ambición de recordar, con sus derivas imprevistas, asociaciones caprichosas, grandes huecos que dejó el olvido y muchos guiños chaplinescos que invierten la lógica de los hechos para ceder al absurdo su más expresiva autenticidad.

UN ESCRITOR SALVAJE

No es sencillo saber qué es deliberado y qué no en la prosa de Felisberto, porque los pasos de comedia se alternan y con frecuencia son, al mismo tiempo, testimonios de la angustia, de modo que cabe sospechar que no siempre sabe todo lo que dice, confiado como está en las extravagancias de su intimidad; cuando el hilo de sus búsquedas se extravía, resucita más adelante con imágenes audaces, y su sensibilidad está tan expuesta a la tosquedad, al ridículo y a las más delicadas vergüenzas, que cuando toca el pasado el lector queda encandilado por el fino hallazgo de una idea abstracta y una emoción sensorial. En muchos sentidos Felisberto es un escritor salvaje, especialmente ripioso en estas evocaciones que a veces tropiezan con torpezas sintácticas y sin embargo prueban que el genio del escritor se sobrepone a las limitaciones de la corrección y se valida en la imperfección de la obra. Que escriba bien o mal importa poco, cuenta con la voluntad del talento que lo lleva de la mano por puentes que solo la literatura puede cruzar porque es intraducible a cualquier otro lenguaje el descubrimiento de que "las magnolias estaban apagadas", o "no solo los objetos tenían detrás una sombra, sino que también los hechos, los sentimientos y las ideas tenían una sombra".
El retrato de las tres vecinas longevas de su infancia, gracias a las cuales conoció a Clemente Colling, y sus experiencias con el músico, dan forma al primero de los relatos, notable por la descripción de ese maestro sucio y ciego que si en París fue un gentleman, en Montevideo sobrellevó una prolongada indigencia de la que Felisberto y su familia intentaron rescatarlo con piedades bíblicas, expresa en el episodio en el que el discípulo le lava los pies. Entre sus aciertos más felices destaca el retrato de su expectativa por el comienzo de un concierto, cuando"apoyado en la baranda de tertulia, empezaba a sentir ese silencio de sueño que se hace antes de los conciertos, cuando falta mucho para empezar; cuando lo hacen mucho más profundo los primeros cuchicheos y el chasquido seco de las primeras butacas… cuando uno sueña llamar la atención un día y siente cierta tristeza y rencor porque ahora no la llama… porque cuando no se sabe de lo que se es capaz, tampoco se sabe si su sueño es vanidad u orgullo. Mirando el escenario, sentí de pronto aquel silencio como si fuera el de un velorio".

POLLERAS DE LA MEMORIA

El caballo perdido regresa sobre sus primeras lecciones de piano con Celina, vestal de fantasías amorosas que reúnen el espíritu de la sexualidad infantil en su afán de violar los secretos de los adultos y los objetos que les pertenecen. Una imagen del inicio es icónica y ha quedado asociada al mundo de Felisberto:"Una vez que yo estaba solo en la sala, le levanté la pollera a una silla; y supe que aunque toda la madera era negra, el asiento era de un género verde y lustroso". Esta línea se prolonga en muchas secuencias de su relación con Celina, vivificada por todas las formas de lo sagrado, los buenos modales y el pudor, y más allá, en Tierras de la memoria, cuando el joven scout toma un baño en una casa de Mendoza y hurgando en un canasto encuentra ropa interior femenina, o cuando evoca un episodio de su infancia en el que intentó meterse bajo la pollera de una tía. La sexualidad corre por la obra de Felisberto con una pulsión agónica que habría de encontrar su emblema en las muñecas de su cuento "Las hortensias". Ha sido uno de los núcleos más revisitados de su producción literaria y en estos relatos aflora junto al complejo esfuerzo de la memoria, cuyos mecanismos ocupan una importante porción de El caballo perdido y asumen en el último de los textos reunidos la forma de una deriva por episodios que no alcanzan la unidad formal. Felisberto dio a conocer fragmentos de Tierras de la memoria en varias publicaciones, diario El Plata, Papeles de Buenos Aires, Contrapunto, en 1944, pero quedó inconclusa y fue publicada en su integridad después de su muerte.
La obra de Felisberto Hernández inicialmente no fue valorada en el país, salvo contadas excepciones, como es el caso de Carlos Vaz Ferreira y Alberto Zum Felde, y dentro de la generación del 45, de Roberto Ibáñez y Ángel Rama, entre unos pocos. Emir Rodríguez Monegal le dedicó una ácida crítica en Marcha (15 de junio de 1945), no viendo más que los ripios de su impotencia en el esfuerzo por recordar.
Según señala Gabriel Saad, después de que Tomás Eloy Martínez publicara "Las hortensias" en las páginas centrales de Primera Plana, con muy buena acogida en Buenos Aires, Ángel Rama comenzó a publicar sus obras completas en Arca a mediados de los años sesenta. Julio Cortázar e Ítalo Calvino se sumaron al esfuerzo que en años anteriores asumieron Jules Supervielle y Susana Soca por darle proyección internacional, y desde entonces el mundo académico transitó por su obra con felicidad y asombro, mientras sus libros circulaban bajo la pátina de un merecido rescate como el que hace poco protagonizaron los libros de Mario Levrero y Marosa di Giorgio. Aguarda todavía otra escritora mayor, Armonía Somers, y es posible que el tiempo sume nuevas recuperaciones de los aplazados en la letrada historia nacional, cuando las necesidades del presente coincidan con la superficie de unos textos que en su momento se oyeron extraños.
Para Felisberto Hernández, la etapa anodina parece finalmente terminada y cabe aguardar que viejos y nuevos públicos alternen, si fuese necesario, los lenguajes de la estupidez con los de un absurdo más sensible y virtuoso. Lo encontrarán en este libro bien acompañado por las ilustraciones de Federico Murro, que distorsionan la luz y sumergen los ambientes retratados en las condensadas percepciones de la intimidad.
TRES NOVELAS LONGEVAS, de Felisberto Hernández. Criatura editora, 2014. Montevideo, 221 págs.

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