Es el lado oscuro de la vida en uno delos países más ricos del mundo. En Estados Unidos, quienes dependen de los cupones de comida que entrega "papá Estado" no reciben más que un puñado de dólares.
Pero la mayor crisis económica de las últimas décadas hace que la cifra de necesitados aumente a grandes pasos. Nunca hubo tantos estadounidenses que dependan de este tipo de cupones. Y la tendencia va en aumento.
La lista de alimentos de Sean Callebs se asemeja a la de una dieta. "Una porción de cereales, una banana, una taza de té y faltan cuatro largas horas hasta el almuerzo", se lamenta.
En un experimento que ha tenido gran repercusión en la audiencia, el periodista de la emisora CNN se propuso probar en carne propia cómo se puede vivir de los cupones de comida. O no. Sus experiencias quedan plasmadas en un blog.
Ya hace un mes que intenta vivir gastando un máximo de seis dólares diarios. Casi ha logrado llegar al final, aunque en su página web, este periodista de Louisiana se queja de los permanentes ataques de hambre que lo sobresaltan. Son pocas las veces que pudo comprar verdura y fruta fresca, cuenta.
Aunque de manera transitoria, Callebs corre la misma suerte que uno de cada diez estadounidenses. En septiembre pasado, 31 millones de personas veían su alimentación supeditada a los bonos.
"Son las mayores cifras de todos los tiempos", afirma Ellen Vollinger, directora de FRAC, una organización que hace lobby en Washington en contra del hambre.
"Muchos estadounidenses ya no saben de dónde sacarán su próxima comida", subraya. El creciente desempleo hace que la demanda de cupones aumente constantemente, pero las necesidades no terminan ahí: cada vez son más los que, a pesar de tener un empleo, dependen de las "food stamps".
Mucha gente tiene más de un empleo, pero los ingresos no alcanzan. "Muchas familias se saltan comidas para poder pagar el alquiler", dice Vollinger. "Los padres dejan de comer para poder dar algo a sus hijos y a veces hasta los niños pasan hambre en Estados Unidos. Es una vergüenza".
Los cupones de comida empezaron a ser repartidos durante la Segunda Guerra Mundial. Hoy el gobierno ya no reparte cupones impresos, sino en forma de tarjetas electrónicas a las que se les puede cargar cada mes un promedio de 100 dólares por persona.
Desde 2008, el Ministerio de Agricultura evita usar el término cupón de comida. Su título oficial es "Programa de ayuda para complementar la nutrición".
Pero el plan aún tiene un estigma. "Quienes lo necesitan muchas veces rehúsan pedir ayuda", comenta la trabajadora social Srindhi Vijaykumar, de la organización DC Hunger Solutions, que promociona los cupones en las calles de Washington. Sobre todo es difícil llegar a los jubilados, inmigrantes y familias obreras, señala.
Quien hace uso de los cupones se ve ante ciertas dificultades en el supermercado. Los necesitados cuentan con un promedio de tres dólares por día para hacer compras. Por esa razón se ven obligados muchas veces a hacer recortes en su alimentación.
"La gente sólo compra lo que es barato, se puede conservar bien y llena", comenta Vijaykumar. El crédito mensual suele consumirse en las primeras dos o tres semanas. "Muchas familias van entonces a los comedores", dice Vollinger.
No son pocos los que tienen puestas sus esperanzas en el nuevo gobierno de Barack Obama. El plan de estímulo económico de 787.000 millones de dólares promulgado hace una semana por el jefe de la Casa Blanca, permitirá aumentar el gasto en cupones de comida un 13%.
Sin embargo, Vollinger estima que el hambre en EE.UU. irá en aumento. "Esta seguramente no será una recesión breve".
La crisis golpea duro también a la clase media. Según datos del Departamento de Comercio, en diciembre volvió a caer el consumo por sexto mes consecutivo, y la tasa de ahorro aumentó hacia fines de 2008 al 2,9%.
Annie Moncada (63) confiesa que compraba cosas "innecesarias". Pero su tarjeta de crédito ahora queda guardada. "Ahora en la olla suele haber más a menudo carne picada en vez de bistecs y también ahorro energía en forma más consciente", dice. Como ella, miles de familias recortan sus gastos y restringen salidas a restaurantes o visitas a la peluquería. El fin de la crisis parece lejos.
Pero la mayor crisis económica de las últimas décadas hace que la cifra de necesitados aumente a grandes pasos. Nunca hubo tantos estadounidenses que dependan de este tipo de cupones. Y la tendencia va en aumento.
La lista de alimentos de Sean Callebs se asemeja a la de una dieta. "Una porción de cereales, una banana, una taza de té y faltan cuatro largas horas hasta el almuerzo", se lamenta.
En un experimento que ha tenido gran repercusión en la audiencia, el periodista de la emisora CNN se propuso probar en carne propia cómo se puede vivir de los cupones de comida. O no. Sus experiencias quedan plasmadas en un blog.
Ya hace un mes que intenta vivir gastando un máximo de seis dólares diarios. Casi ha logrado llegar al final, aunque en su página web, este periodista de Louisiana se queja de los permanentes ataques de hambre que lo sobresaltan. Son pocas las veces que pudo comprar verdura y fruta fresca, cuenta.
Aunque de manera transitoria, Callebs corre la misma suerte que uno de cada diez estadounidenses. En septiembre pasado, 31 millones de personas veían su alimentación supeditada a los bonos.
"Son las mayores cifras de todos los tiempos", afirma Ellen Vollinger, directora de FRAC, una organización que hace lobby en Washington en contra del hambre.
"Muchos estadounidenses ya no saben de dónde sacarán su próxima comida", subraya. El creciente desempleo hace que la demanda de cupones aumente constantemente, pero las necesidades no terminan ahí: cada vez son más los que, a pesar de tener un empleo, dependen de las "food stamps".
Mucha gente tiene más de un empleo, pero los ingresos no alcanzan. "Muchas familias se saltan comidas para poder pagar el alquiler", dice Vollinger. "Los padres dejan de comer para poder dar algo a sus hijos y a veces hasta los niños pasan hambre en Estados Unidos. Es una vergüenza".
Los cupones de comida empezaron a ser repartidos durante la Segunda Guerra Mundial. Hoy el gobierno ya no reparte cupones impresos, sino en forma de tarjetas electrónicas a las que se les puede cargar cada mes un promedio de 100 dólares por persona.
Desde 2008, el Ministerio de Agricultura evita usar el término cupón de comida. Su título oficial es "Programa de ayuda para complementar la nutrición".
Pero el plan aún tiene un estigma. "Quienes lo necesitan muchas veces rehúsan pedir ayuda", comenta la trabajadora social Srindhi Vijaykumar, de la organización DC Hunger Solutions, que promociona los cupones en las calles de Washington. Sobre todo es difícil llegar a los jubilados, inmigrantes y familias obreras, señala.
Quien hace uso de los cupones se ve ante ciertas dificultades en el supermercado. Los necesitados cuentan con un promedio de tres dólares por día para hacer compras. Por esa razón se ven obligados muchas veces a hacer recortes en su alimentación.
"La gente sólo compra lo que es barato, se puede conservar bien y llena", comenta Vijaykumar. El crédito mensual suele consumirse en las primeras dos o tres semanas. "Muchas familias van entonces a los comedores", dice Vollinger.
No son pocos los que tienen puestas sus esperanzas en el nuevo gobierno de Barack Obama. El plan de estímulo económico de 787.000 millones de dólares promulgado hace una semana por el jefe de la Casa Blanca, permitirá aumentar el gasto en cupones de comida un 13%.
Sin embargo, Vollinger estima que el hambre en EE.UU. irá en aumento. "Esta seguramente no será una recesión breve".
La crisis golpea duro también a la clase media. Según datos del Departamento de Comercio, en diciembre volvió a caer el consumo por sexto mes consecutivo, y la tasa de ahorro aumentó hacia fines de 2008 al 2,9%.
Annie Moncada (63) confiesa que compraba cosas "innecesarias". Pero su tarjeta de crédito ahora queda guardada. "Ahora en la olla suele haber más a menudo carne picada en vez de bistecs y también ahorro energía en forma más consciente", dice. Como ella, miles de familias recortan sus gastos y restringen salidas a restaurantes o visitas a la peluquería. El fin de la crisis parece lejos.
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