Foto: Agencia EFE
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No puede entenderse el surgimiento del Estado Islámico, ni lo que ocurre actualmente en Medio Oriente, sin volver sobre las consecuencias profundas y a largo plazo de las guerras de Irak y Afganistán.
La invasión y guerra de Irak, entre 2003 y 2011, fue liderada por Estados Unidos en alianza con Reino Unido, el Estado español y otros países.
El principal argumento para justificar la guerra era que Saddam Hussein estaba construyendo armas de destrucción masiva, por lo que constituía un peligro para los aliados de Estados Unidos en la región y su propia seguridad. Diferentes investigaciones demostraron que esto era una completa mentira, y que los gobiernos de Estados unidos y Reino Unido ocultaron información para para poder justificar la guerra.
La invasión a Irak formaba parte de la estrategia de “guerra contra el terrorismo” que desplegó George Bush de la mano de los neocon norteamericanos con el objetivo de intentar revertir la decadencia hegemónica de Estados Unidos, construyendo un nuevo “enemigo”, el “eje del mal”. Se nutrían de la ideología del “choque de civilizaciones” desarrollada por el conservador Samuel Huntington.
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Estados unidos buscaba “rediseñar el mapa del Medio Oriente” y “modernizar Irak” según el “modelo norteamericano”, lo que implicaba la promesa de privatizaciones y jugosos negocios para las multinacionales con el petróleo.
Sin embargo, la guerra dejó un país completamente devastado, destruyendo por completo las infraestructuras básicas y los cimientos del poder de Saddam Hussein, sin lograr consolidar un nuevo poder estable.
Se calcula que murieron como consecuencia de la guerra al menos 150.000 personas (algunas fuentes triplican esos números), con millones de desplazados y refugiados. Al fin de la guerra hubo una intensificación de la lucha entre facciones rivales religiosas, incentivada por Estados unidos que apoyó a la mayoría chiíta, oprimida por el régimen de Saddam, contra la minoría sunita que había controlado hasta entonces el Estado. La caída del régimen de Hussein había dejado a 400.000 miembros de su derrotado ejército y funcionarios del partido Bath sin trabajo de un día para otro y muchos de ellos terminaron en cárceles como la de Abu Ghraib donde se llevaban a cabo todo tipo de vejámenes y torturas.
Una vez retiradas las tropas norteamericanas, el gobierno chií reprimió brutalmente a los suníes y otros sectores de la oposición. En este caldo de cultivo, de odios y resentimiento, creció una fuerza completamente reaccionaria que terminó constituyendo Al Qaeda de Irak y posteriormente el Estado Islámico, reclutando a ex miembros del ejército de Saddam Hussein junto a islamistas suníes radicalizados.
Como dice la periodista Olga Rodríguez, las cárceles iraquíes durante la invasión norteamericana, con sus torturas y vejaciones inimaginables, fueron “escuela” para muchos milicianos del Estado Islámico, que reclutaron milicianos movidos por el odio contra occidente.
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El Estado Islámico de Irak y el Levante (el territorio que ocupan Siria y Líbano), después conocido como Estado Islámico, se consolidó desde el 2013, conquistando gran parte del territorio de Irak y Siria. En 2014, anunciaron la constitución de un “Califato islámico”.
La ideología del Estado islámico es teocrática y completamente reaccionaria, y no acepta ninguna desviación respecto a lo que consideran el cumplimiento estricto del Islam. El método de las decapitaciones y lapidaciones lo comparten con los castigos aplicados en Arabia Saudita, donde se castiga con la cárcel o decapitaciones a quienes cuestionen los valores tradicionales, beban alcohol o se atrevan a conducir un automóvil, en el caso e las mujeres. El Estado Islámico también ha realizado lapidaciones a mujeres acusadas de adulterio.
ISIS proclama una “guerra contra occidente” y una “guerra contra los infieles”, que son aquellos musulmanes que según ellos se “desvían” de las leyes del Islam.
El reciente atentado en un suburbio popular en Beirut, reivindicado por el Estado Islámico, muestra que sus atentados y métodos reaccionarios son utilizados (en la mayoría de los casos) contra la población árabe y musulmana, como también contra los kurdos y otros sectores de la población en Siria e Irak.
El Estado Islámico es una fuerza contrarrevolucionaria y burguesa, con una ideología integrista y métodos aberrantes contra las poblaciones que controla. No es una organización, como Hamas en Palestina y otras, que a pesar de tener una ideología teocrática, expresan a su manera movimientos de liberación nacional.
Su fuente de financiación se encuentra entre algunos potentados de las burguesías petroleras de Arabia Saudita y Qatar, algo que esos gobiernos dejan hacer. También se basa en el control del territorio, secuestros, robos y especialmente en el usufructo de las refinerías de petróleo, que capitalizan en el mercado negro.
Según algunos analistas, cuentan con más de 20.000 combatientes extranjeros en el EI, de los cuales unos 3.500 provienen de países occidentales, 1.200 franceses, 600 británicos, belgas y de otros lugares. La situación de precariedad, islamofobia y represión que viven gran parte de los musulmanes en los países Europeos, siembra odios de los que se nutre esta organización, a lo que se suman las intervenciones y bombardeos de países como Francia y Estados Unidos.
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La guerra en Siria, que en cuatro años ha provocado más de 250.000 muertos, es el otro escenario donde se ha desplegado el Estado Islámico.
Los intereses locales, regionales y de las potencias imperialistas que se cruzan en el conflicto, abonaron el terreno para el avance del Estado Islámico.
Arabia Saudita, Catar y Turquía apoyaron directamente, o dejaron actuar, a las milicias yihadistas que combaten contra Al Assad, como Al Nusra en Siria y el Estado Islámico. El enfrentamiento de Arabia Saudita con Irán es una coordenada clave del conflicto, que favoreció a la expansión del Estado Islámico, una fuerza que enfrenta a los chiíes iraníes. En el caso de Turquía, la ofensiva del Estado Islámico hacia los kurdos, también cumple un papel crucial.
Un documento de inteligencia militar norteamericano que se filtró mostraba que Estados Unidos estaba en conocimiento de que se iba a proclamar un “califato” suni en Siria, pero consideraba que podía servir para evitar un fortalecimiento de Assad (sostenido por Rusia e Irán).
Por otro lado, los bombardeos de la coalición encabezada por Estados Unidos y los países árabes no sirven para derrotar al Estado Islámico, pero nadie está dispuesto por el momento a embarcarse en una operación masiva terrestre. Algo que después del desastre de Irak es muy costoso repetir.
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El fracaso de las “primaveras árabes” es otra clave que explica el curso contrarrevolucionario que tomó la situación en Medio Oriente, con el fortalecimiento de fuerzas reaccionarias como el Estado Islámico, la guerra en Siria, la nueva ofensiva del Estado de Israel contra el pueblo palestino y el curso represivo y bonapartista de Erdogan en Turquía contra los kurdos y la izquierda.
El actual curso guerrerista de Hollande en Francia, la intensificación de los bombardeos en Siria y el aumento de las tendencias xenófobas e islamófobas en Europa, no hacen más que fortalecer ese curso reaccionario.
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