La lucha feminista
Una construcción permanente
Nunca supe que era feminista. Mi madre trabajaba más de 12 horas, llegaba a casa, vigilaba nuestros deberes, hacía los quehaceres domésticos, se preparaba para el día siguiente, para otro día de intenso trabajo. Mi padre durante buena parte de mi infancia, estuvo ausente, cayó preso el 7 de enero de 1976, el día de mi cumpleaños. A veces bromeamos con mi hermana que, mientras papá salvaba el mundo…mamá nos salvaba a nosotros.
Un amargo chiste freudiano. Mi adolescencia fue cruel, con mucha tensión entre roles tradicionales y una teoría de independencia y liberación inculcada desde mi infancia. Crecí sintiendo que tras el tradicional rol de “mujer” se escondían cadenas.
La rebeldía creció conmigo, así como la constante búsqueda de causas. Quizá ese sea el origen de mi pasión por la filosofía.
Pero esa pasión nunca la enfoqué en el estudio de la lucha de las mujeres por la libertad para ser lo que quieran ser y por una igualdad efectiva. Hasta ahora. Pero fui cambiando paulatinamente, fui cambiando con la ayuda de buenas amigas y malas adversarias. Tengo buenas amigas feministas que me han abofeteado intelectualmente, con las cuales hemos debatido intensamente, ellas provistas de teoría y convicción y yo atiborrada de ignorancia y dudas, pletórica de prejuicios. El año pasado algo despertó en mí el deseo de investigar tanto académica como personalmente la revolución feminista actual.
Hubo un evento desencadenante que me llevó a la reflexión. En una Asamblea sindical, con aproximadamente 200 compañeros (A.C. antes del coronavirus, no antes de cristo) un afiliado varón se levantó para golpearme (o amenazar con hacerlo) molesto porque le llamé la atención debido a la forma violenta con la que se dirigió a otro compañero. Ejercía mi rol de presidenta de la Asamblea General y por lo tanto con el deber de hacer cumplir mínimas reglas de respeto y convivencia.
Este afiliado (perdón, pero no puedo tildarlo de compañero) se levanta de su asiento y al grito de “te detesto” avanza en forma amenazadora. Fue detenido por unas cuantas compañeras y compañeros. Me sorprendió su actitud, sobre todo, en estos tiempos de lo políticamente correcto, pero mi sorpresa fue mayor por la defensa que hicieron sus compañeras de agrupación. Esgrimieron argumentos del estilo: “él es así”, es un “buen compañero” que se “extralimitó”, “eso siempre pasa en las Asambleas”.
La agrupación de la que forma parte ese afiliado (aún hoy), se declaran militantes feministas. Me llamó la atención que justificaran su accionar. Lo mismo ha sucedido con alguna intervención que he tenido en la Dirección Nacional de FUS.
Entendámonos, no soy ninguna carmelita descalza, y tengo un discurso encendido y provocador, sé que es así. Asumo sin problemas las consecuencias de ese accionar. Pero las consecuencias muchas veces son desmedidas cuando entramos a comparar las reacciones que suscita un provocador, soberbio, insolente y hasta despectivo discurso masculino. Basta ver el discurso de Bermúdez, sin ir más lejos.
Es aceptado sin más, y no porque sea el secretario de FUS y tenga a su merced toda la estructura burocrática de poder de la Federación. No. La indulgencia se debe a que es un hombre y no por otra cosa. Este artículo no tiene la pretensión de ser ni una queja, ni una denuncia, allí donde soy atacada, contesto contundentemente, sin mucho miramiento. Los que me conocen dan fe de ello. La intención de estas breves reflexiones es manifestar cuánto falta para avanzar en la lucha por la igualdad, en la consciencia entre las mujeres, en la verdadera solidaridad.
Los intereses políticos atraviesan la lucha feminista, no puede ser de otra manera, además de mujeres somos trabajadoras, madres, profesionales, explotadas o explotadoras, dominadas y liberadas. Todo eso y más también. Simone de Beauvoir decía que no se nace mujer, una se hace mujer. Estamos en pleno proceso de construcción, en esa construcción la coherencia entre la práctica y la prédica son importantes.
Rosalba Hunter
Feminista en construcción
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