lunes, 2 de noviembre de 2020

Pandemia

 

Pandemia: más que preguntas, una lección.

 

Cuanto de verdad hay en todo esto? 

Más allá de la veracidad pergeñada a nivel mundial el problema parece radicar en sus efectos colaterales. El escenario a nivel global deja por un lado un caos social y por otro una crisis económica solapada, ya que muchos de estos movimientos comerciales tienen un propósito reconvertido. La desestabilización no es una sensación, ya que agudiza la fragilidad de una forma de vida al margen del marco jurídico, donde ningún gobierno fue y será capaz de llegar. Se ve en la sociedad una visión sesgada de la política, que se fragmenta ante sus creencias antagónicas con el mote de buenos y malos. Quién reina en la tierra? parecen preguntarse los ideólogos, pero en los hechos, el sistema es la pandemia en el que buenos y malos se han forjado para mantener un estilo de vida al que nadie quiere renunciar. Por lo pronto, nadie quiere desechar la oportunidad que está situación pueda beneficiarle. 

El Gobierno cuenta con una etiqueta que goza de cierto prestigio a nivel mundial, sigue dependiente de algunos pilares históricos de la industria que se mantienen en relativa estabilidad, mientras otras transforman su matriz productiva para ayiornarse de la competencia, con impactos estructurales muy complejos. El virus en si no es lo alarmante sino la mala prensa que genera, muchos de estos negocios se juegan la ropa para mantenerse activos y les ponen la vara muy alta en comparación con sus vecinos. Claro! que estamos bajo un sistema que apremia a las grandes superficies -y no es una novedad- utilizadas como único bastión para amortiguar la situación, entregando a cambio lo poco de soberanía que nos queda.

Es necesario politizarlo todo? 

Ya no sé si estoy con un compañero de trabajo o un agente encubierto. Todas las capas o grupos sociales repiten el mismo jingle, sin detenerse a pensar cuanto hay de responsabilidad compartida. La representatividad del pueblo varía dependiendo cuanto más cerca del poder les dejes estar. Esto es lo más parecido a un chantaje electoral. La pandemia se viste de colores partidarios, hacen política con todo y mientras lleven agua para su molino, el discurso del político casto y pueril no se hace esperar.  

Hay un exceso de propaganda de un lado y del otro, aprovechan la maquinaria marketinera para disputarse el rating de sus fieles súbditos, una maquinaria al servicio del pueblo libre y sin cadenas, condenado a un loop electoralista. Las palabras y sus contenidos se hacen de cuerpo muy fácilmente. Quien pagará la crisis?! Gritan con propiedad y sin tapujos, no existe a éste nivel tal ingenuidad en la materia. Donde y cuando se vislumbraron tales reclamos, que son de recibo para cualquier etapa de la gobernanza? cuando ya estaba todo el pescado vendido. Por lo tanto, el festín será para aquellos pocos que toleran la indigestión.  

La lección: Siempre se puede estar peor. Aunque suene derrotista, me cuesta a esta altura mirar hacia el costado sin evadir la bofetada. La realidad es frágil, así se constituye. Lejos de la arrogancia de aquellos que ven en la crisis una veta  institucional, que sólo se ven el ombligo, el asalariado parece defender un estatus que se le ha concedido por perpetuarse en el sistema que dice combatir. Evoca a la conciencia de clase sin una referencia alguna con sus antecesores. Nadie quiere quedar por fuera del sistema, y es entendible. No hemos planteado un sistema alternativo que se sostenga en el tiempo con una adhesión popular irrestricta, tenemos la nostalgia histórica a flor de piel, una vasta epopeya histórica y literaria, pero sobre todo, una visión desmesurada del presente que dista del discurso dominante.

Allanar el camino es necesario para depurar la herramienta sindical. La sensibilidad social va más haya de las horas sindicales, el poder económico de los gremios, el número de afiliados o el servilismo dogmático hacia un partido. El reclamo caprichoso del "quiero más" por la voluntad de "repartir más", esto sugiere claramente ser los perdedores del sistema. Pero, y cuando lo dejamos de ser? No somos una clase gobernante, no luchamos por la conquista del poder, somos parte de una sociedad desigual que está en constante transformación. Sabemos cuáles son los intereses entre el Estado y la casta privilegiada, sin embargo, depositamos demasiada confianza en el sistema político, caemos muy fácilmente en la indulgencia de la cúpula sindical, para terminar como operadores políticos detrás de sus ambiciones personales. 

Aprender la lección será una cuestión de tiempo, aunque por suerte, también existen de los otros. 

 

Anael Cardozo

Trabajador del frigorífico Carrasco

 

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