Pandemia: más que
preguntas, una lección.
Cuanto de verdad hay
en todo esto?
Más allá de la
veracidad pergeñada a nivel mundial el problema parece radicar en sus efectos
colaterales. El escenario a nivel global deja por un lado un caos social y por
otro una crisis económica solapada, ya que muchos de estos movimientos
comerciales tienen un propósito reconvertido. La desestabilización no es una
sensación, ya que agudiza la fragilidad de una forma de vida al margen del
marco jurídico, donde ningún gobierno fue y será capaz de llegar. Se ve en la
sociedad una visión sesgada de la política, que se fragmenta ante sus creencias
antagónicas con el mote de buenos y malos. Quién reina en la tierra? parecen
preguntarse los ideólogos, pero en los hechos, el sistema es la pandemia en el
que buenos y malos se han forjado para mantener un estilo de vida al que nadie
quiere renunciar. Por lo pronto, nadie quiere desechar la oportunidad que está
situación pueda beneficiarle.
El Gobierno cuenta con
una etiqueta que goza de cierto prestigio a nivel mundial, sigue dependiente de
algunos pilares históricos de la industria que se mantienen en relativa
estabilidad, mientras otras transforman su matriz productiva para ayiornarse de
la competencia, con impactos estructurales muy complejos. El virus en si no es
lo alarmante sino la mala prensa que genera, muchos de estos negocios se juegan
la ropa para mantenerse activos y les ponen la vara muy alta en comparación con
sus vecinos. Claro! que estamos bajo un sistema que apremia a las grandes
superficies -y no es una novedad- utilizadas como único bastión para amortiguar
la situación, entregando a cambio lo poco de soberanía que nos queda.
Es necesario
politizarlo todo?
Ya no sé si estoy con
un compañero de trabajo o un agente encubierto. Todas las capas o grupos
sociales repiten el mismo jingle, sin detenerse a pensar cuanto hay de
responsabilidad compartida. La representatividad del pueblo varía dependiendo
cuanto más cerca del poder les dejes estar. Esto es lo más parecido a un chantaje
electoral. La pandemia se viste de colores partidarios, hacen política con todo
y mientras lleven agua para su molino, el discurso del político casto y pueril
no se hace esperar.
Hay un exceso de
propaganda de un lado y del otro, aprovechan la maquinaria marketinera para
disputarse el rating de sus fieles súbditos, una maquinaria al servicio del
pueblo libre y sin cadenas, condenado a un loop electoralista. Las palabras y
sus contenidos se hacen de cuerpo muy fácilmente. Quien pagará la crisis?! Gritan
con propiedad y sin tapujos, no existe a éste nivel tal ingenuidad en la
materia. Donde y cuando se vislumbraron tales reclamos, que son de recibo para
cualquier etapa de la gobernanza? cuando ya estaba todo el pescado vendido. Por
lo tanto, el festín será para aquellos pocos que toleran la
indigestión.
La lección: Siempre se
puede estar peor. Aunque suene derrotista, me cuesta a esta altura mirar hacia
el costado sin evadir la bofetada. La realidad es frágil, así se constituye.
Lejos de la arrogancia de aquellos que ven en la crisis una veta
institucional, que sólo se ven el ombligo, el asalariado parece defender un
estatus que se le ha concedido por perpetuarse en el sistema que dice combatir.
Evoca a la conciencia de clase sin una referencia alguna con sus antecesores.
Nadie quiere quedar por fuera del sistema, y es entendible. No hemos planteado
un sistema alternativo que se sostenga en el tiempo con una adhesión popular
irrestricta, tenemos la nostalgia histórica a flor de piel, una vasta epopeya histórica
y literaria, pero sobre todo, una visión desmesurada del presente que dista del
discurso dominante.
Allanar el camino es
necesario para depurar la herramienta sindical. La sensibilidad social va más
haya de las horas sindicales, el poder económico de los gremios, el número de
afiliados o el servilismo dogmático hacia un partido. El reclamo caprichoso del
"quiero más" por la voluntad de "repartir más", esto
sugiere claramente ser los perdedores del sistema. Pero, y cuando lo dejamos de
ser? No somos una clase gobernante, no luchamos por la conquista del poder,
somos parte de una sociedad desigual que está en constante transformación.
Sabemos cuáles son los intereses entre el Estado y la casta privilegiada, sin
embargo, depositamos demasiada confianza en el sistema político, caemos muy
fácilmente en la indulgencia de la cúpula sindical, para terminar como
operadores políticos detrás de sus ambiciones personales.
Aprender la lección
será una cuestión de tiempo, aunque por suerte, también existen de los
otros.
Anael Cardozo
Trabajador del frigorífico Carrasco
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