domingo, 12 de octubre de 2014

Uruguay real

Sueños de ducha y piscina

Vecinos de paraje La Cumbre, a metros del barrio privado La Tahona esperan hace 17 años por el suministro de agua; caminan diez cuadras para conseguirla

¿Cómo hiciste para criar a tus hijas sin agua? “Acarreando el agua”, responde Mónica Díaz (42 años) con tranquilidad. Alison tiene 20 años −y es madre de una niña de 18 meses− y Ariadna tiene 13. De niñas soñaban con una piscina. Una inflable pequeña sería suficiente. “Soy pobre, pero a mí no me costaría nada comprárselas. ¿Pero qué le pongo adentro?”.
Hace 17 años esperan por el agua potable. En estos años han reclamado la conexión al menos 30 veces y OSE siempre les ha respondido que la presión del agua “no da” para hacer las conexiones por tratarse de un terreno elevado.
Que no se crea que su familia vive en medio del campo. Su casa está en La Cumbre, un paraje donde habitan unas cinco familias, a 10 minutos del Aeropuerto de Carrasco. Se llega por un camino de tierra en muy mal estado que tiene un nombre rimbombante: avenida a la Rambla Costanera (kilómetro 26 de la ruta 101).
A un kilómetro está Villa Aeroparque donde, hay hasta asentamientos con servicio de OSE, según aseguró Díaz. En esta dirección, y a 600 metros de la casa de los Díaz, pasa la red de distribución definitiva. A menos de esa distancia, hacia camino de los Horneros, está el barrio privado Altos de la Tahona al que se le aprobó la ampliación de la red de agua potable en 2009.
En un lado o en otro, cada vez que llega el verano Díaz ve mangueras abiertas para llenar las piscinas con la que sueñan sus hijas o para regar jardines. En su casa, si tienen la suerte de que llueva, refrescan los pies dentro de un balde. “Por supuesto que el agua es un derecho pero nunca nadie nos ha dado corte”, lamenta.
En La Cumbre hay luz, hay teléfono, y también internet, pero no hay agua. Desde el punto de vista geográfico, La Cumbre muere en la orilla de la tubería.
Se rebuscan
Su esposo Julio es jardinero. Un cliente lo ayudó a comprar un tractor que necesita reparaciones. La idea es que esté listo para el verano así lo pueden cargar con tanques para ir a buscar agua. Será la primera vez que la familia hace el trasiego a bordo de un vehículo. 
La familia sabe que deberán cambiar la táctica. “Nadie te va a dar agua de OSE para esos tanques porque significa plata”, afirma Díaz. La capacidad de cada recipiente es de 150 litros. Deberán buscar un aljibe, o alguna cañada.
Hasta ahora piden agua en el almacén, o en la casa de algún alma caritativa, hecho que repite casi a diario, pero solo lleva uno o dos bidones de diez litros. Cada vez que visita a familiares y amigos les pide dos cosas: la ducha y que le regalen la botella del refresco para llevársela con agua.
Para llegar a una canilla disponible camina alrededor de un kilómetro en dirección a Villa Aeroparque. Antes cargaba más pero han pasado 17 años. Ahora, por suerte, tiene un carrito. Si ésta fuese su única alternativa (cuenta con el agua de lluvia), Mónica debería caminar 190 kilómetros (la mitad en repecho), de lunes a domingo.  
Cuando recién se mudó a La Cumbre, Díaz lavaba la ropa en una cantera a un kilómetro de su casa. Eran otros tiempos. Tenía 20 años y contaba con la fuerza para cargar un balde con ropa limpia en la mano izquierda y otro en la derecha lleno de agua para bañar a su hija mayor, que entonces tenía 3 años. “No te pienses que teníamos todos estos tanques”, aclara. 
Su casa está acordonada por tarritos, baldes, bidones y tanques. Todo sirve para juntar agua. Al menos hay nueve tanques de 150 litros y cuatro de dolmenit; tres de ellos de 500 litros (dos fueron un regalo reciente). Se suma un pozo construido por su esposo con piedras que trajo desde la cantera y que constituyó una decepción familiar.
“No emana”, explica. Hay roca sólida a menos de dos metros de la superficie. Perforarla implica una inversión que no pueden enfrentar. Pero sirve para juntar el agua de lluvia y toda el agua que se escurre por el terreno. “Le ponemos unas pastillas y un poco de jane y sirve para bañarte, lavar ropa y echar en el water”, relata. Algo es algo. Pero dura poco. En dos días se filtra todo el contenido por lo que, balde a balde, debe pasarse a los otros recipientes.
La familia compró primero un lavarropas a vaivén y hace poco tiempo uno semiautomático. El procedimiento es el mismo: sacan agua de lluvia de los tanques, la mezclan con bastante jabón −para que lave, ya que no está limpia− y, al final del lavado, el agua gris y jabonosa vuelve a baldes para ser usada en el inodoro.
“Reciclamos hasta la última gota. A mí me duele muchísimo  agarrar un balde de agua limpia para tirarla en el water”, dice Díaz.
Para ese fin destinan el agua que fue usada antes para higienizarse, limpiar o cocinar. Se la conserva en baldes en el baño, junto a una cisterna. “El water vino con la cisterna y la dejamos de adorno”, se ríe.
Y el agua del pozo negro es utilizada para regar las plantas. Ya lo dijo: hasta la última gota. Inclusive la de lluvia. En el jardín hay, al menos, once tarros de pintura que levantaron de volquetas para recolectar el máximo posible. “En cada caída de agua, nosotros ponemos un balde”, señala. Ése parece el lema familiar.   
La ducha es otro tema. Es a baldazos. Pero solo uno por persona. Los comunes de plástico tienen una capacidad de 10 litros. Si tuvieran una ducha normal, gastarían casi dos baldes en un minuto.
La otra idea para el verano es que, por lo menos, salga por el duchero el agua del tanque colocado en el techo que recién colocaron en la pared. “Vamos a ver si funciona. Si tenemos suerte. Capaz que me puedo duchar antes de cumplir 50”, comenta ella.
Ese tanque está conectado a la canilla de la cocina. Se lo llena con el agua del pozo. Y, como está “prácticamente verde”, se le echa hipoclorito de sodio. Justamente por eso no se puede tomar. Solo sirve para lavarse las manos. Al lado de la pileta hay un bidón con agua limpia. Es la única potable. Es la que usan para beber y para cocinar.
El jueves pasado no tenían más que nueve litros para las necesidades de los cinco miembros de la familia. Afuera tenía otros 70 litros disponibles −alrededor de medio tanque− que se habían recolectado con la lluvia de la madrugada de ese día. “Si te invito con un té o un mate, es con esta agua”, aclara.
Una familia de esa cantidad de miembros de la zona este de Montevideo consume entre 900 y 1.000 litros por día, según datos de OSE.
Los platos se lavan en un latón y se enjuagan en un balde. El proceso es con agua de lluvia. “No uso la canilla porque primero, es agua fría, y después me duele tener que cincharla hasta arriba con una cuerdita en un balde para luego tirarla para lavar los platos”, explica.  
Y agrega: “Hay vecinos que te dicen: ‘¡Qué divina el agua de lluvia para hacer torta fritas y lavarte la cabeza!’ Pero una cosa es hacerlo por placer y otra cosa es llegar a este punto”.  
Problema técnico
Para OSE, el caso de La Cumbre es “bastante raro” por su excepcionalidad en la zona. “Técnicamente no era posible llevarles el agua”, señala el gerente de la Región Centro, Daniel García.
Aunque la red de distribución pasa a 600 metros, no tenía la presión suficiente para llegar hasta el paraje que está sobre una cuesta del terreno. “En algunos casos no hay más remedio que decirles que no se puede”, apunta.     
No obstante, el técnico sostiene que las obras de refuerzo que se hicieron en la zona en los últimos años permitirían ahora el suministro. Solo deben ir hasta la sucursal de Pando y tramitar una ampliación de red −como lo hizo la administración de Altos de la Tahona hace cinco años− para extender las tuberías. OSE hace un presupuesto y se plantea un financiamiento que puede ser hasta en 36 cuotas.
. La nueva posibilidad técnica nunca les fue informada a Díaz y a sus vecinos. Ella es la vocera de las cinco familias que viven en La Cumbre.
Díaz dice desde el inicio de la entrevista que están dispuestos a pagar e, inclusive, a “escarbar” la tierra si es necesario. Todo sea para tener acceso a lo que, en definitiva, es un derecho humano. 
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