Cuando los militares retirados concurren a los juzgados penales declaran más o menos lo mismo. Los jueces y fiscales conocen casi de memoria sus relatos. Palabras más palabras o menos, sostienen que se vieron involucrados en una lucha antisubversiva y que en ese contexto actuaron para salvar a la patria tratando con respeto y dignidad a los detenidos. A lo sumo reconocen alguna cacheteada o algún agarrón “del gañote” para obtener información.
En esos términos comenzó a declarar el martes 30 Asencio Lucero, quien durante la década del 70 ocupó el puesto de S2 —uno de los encargados de la inteligencia— en el Regimiento de Caballería Nº 9. Dijo que los prisioneros tenían un tratamiento “respetuoso de los derechos humanos, profesional militar, custodio de las libertades”.
Empero, a poco que el interrogatorio avanzó, sus palabras sorprendieron a los propios operadores judiciales que notaron que aquel testimonio no era como todos los demás que habían escuchado. Es que el militar retirado afirmó sin ambages algunas de las técnicas de tortura a las que eran sometidos los prisioneros: prolongados plantones hasta que se desplomaban porque no aguantaban el peso de sus propios cuerpos, submarino mojado y seco para que sintieran asfixia, picana eléctrica, privación del sueño, supresión de visita y en el caso de las mujeres desnudo, lo que les generaba mucho “pudor”.
La declaración de Lucero se produjo ante la jueza penal de decimosexto tuno, Julia Staricco, quien junto a la fiscal Silvia Nipoli investigan una denuncia por torturas durante la dictadura presentada por un grupo de mujeres.
El abogado patrocinante de las mujeres, el ex juez Federico Álvarez Petraglia, dijo a Búsqueda que el testimonio de Lucero es “muy importante”.
“Esta es la primera vez, al menos que yo tenga conocimiento, que un militar retirado reconoce explícitamente en un juzgado penal en el marco del proceso y con todas las garantías las torturas a las que se sometió a los presos políticos. A mi juicio esto es muy relevante para esta causa en particular y para todas las demás de este tipo”, reflexionó.
Lucero, quien actualmente tiene 74 años, se desempeñó como capitán en el año 1972 y en esa función -según dijo- custodió por ejemplo a Amodio Pérez y a Alicia Rey, a quienes “tenía escondidos porque sus ex amigos los querían matar porque ellos habían hablado”. Junto con esos presos a los que llamó “protegidos”, dijo que en ese período también se alojaron en el regimiento decenas de hombres y un grupo de siete u ocho mujeres que iban rotando.
• “Todo vale”. El ex militar justificó los desbordes cometidos en la lucha contra la subversión porque “cuando usted entra en un estado de guerra o conmoción todo vale y se pierden las referencias”.
A su juicio, “la tortura no era tal como se la describe” ahora sino que se trataba más bien de una “presión psicológica”.
“A las tres de la mañana interrogarlos de cómo se llamaba la hermana o no dejarlos dormir”, ejemplificó. Aunque de inmediato agregó que también se practicaba “el plantón”, que consistía en mantener a un preso “perfectamente vestido sin asiento, parado hasta que se desplomaba, porque una persona parada durante cinco o seis horas se desploma”.
Aseveró que también se utilizó el “tacho” (submarino) aunque aseguró que era excepcional. “El tacho con agua tenía agua limpia y el tacho seco le vendaban la cara y los ojos. (...) Se aplicaba para los reacios a conversar, el que se cerraba iba al tacho”, aseveró.
Minutos después, el militar retirado fue más explícito en torno a esta tortura: “El submarino era más una amenaza. Un submarino era una cosa tan excepcional y tan temida que a un preso usted lo amenazaba con hacer un submarino y lo hacía hablar. Nosotros hablábamos de un submarino seco: envolverle la cabeza con una bufanda, si yo le envuelvo la cabeza con una bufanda y la dejo parada cinco horas atada contra una pared, después de ese tiempo la persona por lógica entraba a hablar”, complementó.
La jueza le preguntó si también se aplicaba picana eléctrica a los detenidos a lo que el militar retirado contestó: “Si, se usaba la picana. Se aplicaba, era un cosquilleo, se aplicaba en las piernas”. La magistrada le preguntó si también se aplicaba en los genitales y el militar dijo que no porque él tenía “mucho respeto con el cuerpo de las personas”.
Los magistrados le preguntaron concretamente cómo eran los pasos para interrogar a un detenido y Lucero contestó sin titubear: “Primero, si entraba a hablar o no entraba a hablar. Si hablaba, firmaba (una declaración) y sino plantón. Segundo paso, caía, tercer paso submarino y así hablaban”, resumió.
Aseveró que estas técnicas de interrogatorio se utilizaron tanto para hombres como para mujeres, aunque estas últimas eran “más sensibles” porque “las ablandaba el desnudo y el pudor y entonces empezaban a hablar”.
• “Así la pasaron”. El militar retirado justificó esta forma de trato a los detenidos en que “en esa época era muy jodida la cosa” porque “hoy estaba con vida y mañana estaba con un tiro en la cabeza”. A su juicio, los grupos terroristas “copiaron” esa modalidad de la revolución cubana. “Los uruguayos le copiaron a Cuba, mal copiado, y así la pasaron”, reflexionó.
Cuando se le preguntó quién daba la orden para interrogar con esos métodos a los presos respondió: “Era un sistema, nadie daba la orden (...) yo tenía que conseguir información”.
“El Estado estaba involucrado en un problema tan grande que no se controlaba. Los interrogatorios se hacían en equipo de tres personas, normalmente las mismas”, agregó. Dijo que además de él integraban el equipo de interrogadores en esa unidad “el teniente Braida y Brusconi”, quienes “murieron”.
Además de describir con ese detalle las torturas, el militar retirado dejó en evidencia que durante los interrogatorios participaron médicos que certificaban el estado de salud de los detenidos para constatar si resistían más apremios. Cuando el prisionero se desplomaba luego de varias horas de plantón “se lo atendía y se le daba la oportunidad de hablar”.
“Y luego lo pasaban a un médico”, quien era el que “daba la última palabra” para “seguir el interrogatorio”, aseveró. Como profesionales que revistaron en la unidad nombró a un médico de apellido “Scarabino” y a otra médica de apellido “López”.
Lucero se definió a sí mismo como un “hombre muy paciente”, por lo que su técnica consistía en la tortura psicológica. “A mi 24 horas no me molestaban para nada, pero no la dejaba dormir, eso era un sistema (....) era presión psicológica no dormir, cortarle las visitas, todas esas cosas”.
• “Hay que presionar”. La abogada de Lucero, Rossana Gavazzo -quien es hija del militar retirado sentenciado por violaciones a los derechos humanos José Nino Gavazzo- le preguntó si el comandante de la unidad, de apellido Livtosky “tomó conocimiento de estos interrogatorios”.
“Él estaba en conocimiento, para mi era un tipo del medio”, respondió. “¿Sabe si participó de algún interrogatorio?”, inquirió de inmediato la letrada. Y la respuesta de Lucero sorprendió aún más a todos quienes estaban presentes en la sala de audiencia. Relató que en una oportunidad le hicieron al propio comandante un simulacro de un “tacho seco” para “judearlo” y para que “supiera lo que era. Le envolvimos la cabeza con una bufanda y lo llevamos para un estanque de agua que él sabía donde estaba”. Describió esa acción como “una broma”, aunque sostuvo que Livtosky “se asustó de eso”.
Al final de la audiencia, le preguntaron al militar retirado si a 40 años de esos hechos, considera que los métodos de tortura que él describió son “correctos” para tratar a los detenidos.
“No es correcto (pero) cuando se necesita información hay que presionar. No era correcto pero era necesario”, concluyó.
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