domingo, 5 de abril de 2015

La historia real

Sobre la quema del muñeco de Hebe de Bonafini ,sobre quien bastardea la historia de las Madres de Plaza de Mayo.
¿Y vos por qué te prendés, muñeco?
por Daniel Satur
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"Una de las que quemó el muñeco es María Laura Bretal, a ella mi hijo le daba de comer cuando estaban detenidos en el campo de concentración (…) Y ahora ella viene y hace esto. Y bueno, se sacaron la careta.
Así es la izquierda, siempre funcional a la derecha".
(Hebe Pastor de Bonafini)
“Es falsa la acusación, no fui parte de la organización de la marcha ni mucho menos partícipe
del acto a que se refieren (…) La quema del genocida Milani y el agravio a Hebe y las Madres,
me consta que no era parte de las acciones acordadas por la Multisectorial.”
(María Laura Bretal, exdetenida desaparecida de La Cacha)
Saltaste, muñeco. Con qué bravura saltaste. Con qué irreconocible ira saltaste, muñeco. Como si te hubieran tocado una fibra íntima, como si realmente se te hubiera abofeteado la moral.
Pero, ¿sabés? Yo no te creo un carajo. No, al menos, en ésta.
No sé si te importa, pero igual te voy a contar algo importante. Hace veinte años fuimos varios los que, viendo a esa mujer robusta, enojadamente robusta, encabezando una legión de madres con pañuelos blancos en la cabeza desafiando a la cana, a los funcionarios, a los jueces y hasta a las cámaras de televisión, chantándoles la verdad en la cara y denunciándolos, a todos, por corruptos sin principios y vasallos del genocidio; empezábamos a estar con ella.
Ahí, frente a esos sicarios que indultaban, que posados sobre obediencias debidas decretaban puntos finales sin presunto retorno. Cantándoles las cuarenta. Porque lo único que teníamos era eso, las gargantas para cantar las cuarenta.
Y ahí fuimos, con ellas. A veces éramos veinte, otras éramos cien. Pocas veces, tal vez cada un año en la Marcha de la Resistencia, alcanzábamos los cientos. Eso sí, los 24 éramos muchos más. La memoria inquieta y la impunidad reinante agitaban las cabezas y éramos varios miles yendo de Congreso a Plaza de Mayo. Por Memoria, Verdad y Justicia. Hace ya veinte años.
¿Y sabés una cosa? En esos tiempos perros, de Primer Mundo y desocupación, de represión e impunidad, Néstor, Cristina, Aníbal, Florencio, Daniel, Oscar, Carlos, Alicia y muchos más se dedicaban a pergeñar ese Primer Mundo desocupado y esas represiones impunes junto al “mejor presidente de la historia”, como le dijo el finado en 1994 al riojano en un acto en Río Gallegos.
Me vas a decir que no, claro. O que sí pero ya no. O que no estoy diciendo toda la verdad. O que… Pero no importa lo que digas. El sol no se tapa con las manos, muñeco. Ni mucho menos con los mocos. No importa lo que digas porque eso fue así. Aunque ahora despotriquen contra los nefastos noventa, contra esa década infame de la que supieron salir por la ventana para recauchutarse más tarde y volver como si fueran avezados redentores.
Nosotros estuvimos ahí. En 1996, cantando junto a ellas en Plaza de Mayo “paredón paredón a todos los milicos que vendieron la nación”. En cada escrache callejero organizado con los nacientes HIJOS. Estuvimos en 1998, cantando “PJ, Alianza, la impunidad avanza” cuando los Menem, los Alfonsín, los Álvarez, los Meijide, los Kirchner, los Saadi, los De La Sota, los Duhalde y los demás se hacían los demócratas y derogaban las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, pero sin anularlas. Gracias a esa fantochada quienes se tenían que cuidar eran los genocidas del futuro pero no los de carne y hueso que caminaban por las calles vivos y coleando. Marchamos ese año, hace 17. De Congreso a Plaza de Mayo. Y ahí, me acuerdo, la señora robusta, enojadamente robusta, pañuelo en alto, les gritaba a todos los partidos del régimen podrido que se vayan a la mierda y que los íbamos a ir a buscar hasta debajo de la cama como a ratas cómplices de tanta desaparición, muerte y ultraje. Ella gritaba que no había que pagar una deuda externa que no era nuestra. Ella abrazaba a cuanto roto y descocido por el régimen podrido se caía por los costados. Ella le daba sus pañuelos a los de Zanon, a los desocupados del norte y del sur, a las madres doloridas por la mamadera seca, a los zurdos que eran encarcelados por encarnar, como ella decía, nada menos que a sus propios hijos. Yo la vi, también, llorar por cada uno de nuestros muertos. Por las balas peronistas y radicales, desde Víctor Choque a Maxi y Darío.
Ahí cantábamos, junto a ella, “ni olvido, ni perdón, ni reconciliación”.
Y entre todas y todos los que no nos dejábamos engañar nos fuimos a las plazas, nos comimos los palos y las balas pero al final vimos rajar en helicóptero a la fracasada derecha socialdemócrata. Y vimos venir después, no sin estupor, al capanga Duhalde, elegido “democráticamente” por los mismos que venían haciéndonos la vida imposible. Y estuvimos ahí, con ellas, con la legión de madres que para ellos seguían siendo locas. Estuvimos y bancamos. Porque había que bancar a las de Buenos Aires pero también a las de La Plata, que eran perseguidas por Julio Alak. Y a las de Neuquén, que eran golpeadas por el MPN. A las de Formosa, que eran basureadas por Insfrán (sí, ya gobernaba el asesino Gildo). A las de La Rioja, fustigadas por el menemismo primitivo. Y también a las de Santa Cruz, a las que el bien peronista gobernador Néstor Kirchner apaleaba en pleno centro de Río Gallegos. ¿Esa no te la contaron? Preguntá.
Pero estuvimos hasta que no dio para más. Cuando la señora robusta empezó a sonreir mirando a la Casa Rosada y empezó a enojarse, robustamente, con quienes hasta hacía tan poco prendíamos fuego las calles con ella, tuvimos que seguir. Sin ella.
No te confundas, muñeco. Sin ella, no sin ellas. Porque las de Neuquén siguen firmes contra el MPN. Porque Elia, Nora, Mirta, María de Rosario, Inés, Lolin, Marcela, hasta hace poco Lucrecia (que se nos fue) y tantas más siguen levantándose cada mañana dispuestas a ir donde las llame una nueva injusticia, una nueva violación a los derechos humanos actual, un nuevo ataque a los explotados y oprimidos. Y cada una de ellas, antes de salir, se anuda nuevamente el pañuelo blanco en su cabeza. El pañuelo que no está manchado.
Ellas marchando contra la impunidad de ayer y de hoy
(24/03/15, Buenos Aires)
Pero, claro, capaz esos nombres te resulten extraños y hasta desconocidos. Es que la señora robusta, con la que vos tantas buenas migas hacés hoy, ya dejó atrás esas luchas en común. Por que entendió, quizás, que el “ni un paso atrás” significaba darle para adelante te lleve quien te lleve y a costa incluso de pisar a los nuestros.
Y sí. Hace años estamos sin ella. Pero con ellas. Siempre lo estuvimos. Y aunque ella tenga más prensa (comprada y no) y se haya quedado con la simbología añeja, cruzó una barrera que parece que nos va a separar para siempre. Ella cruzó la barrera de la independencia. Ella se hizo funcionaria, multimillonaria. Y se metió adentro. No sale a la calle más que para ir a la Casa Rosada, a sentarse en la primera fila del poder. Poder peronista. Poder peligroso.
Y es como dice el viejo Bayer, al caer en la cuenta que ella no tiene vuelta: "Los organismos de derechos humanos tienen que mantener esa línea de independencia. Y Hebe llevó a la perdición a las Madres cuando las hizo oficialistas". Claro como el agua.
¿Sabés por qué te cuento esto, muñeco? Porque vos no lo sabés. Porque vos estuviste jugando al fin de la historia en los 90 y mirabas a esas locas de la legión con ojos temerosos. Temías que te contagien su virus setentista, demodé. Porque vos dijiste “que se vayan todos”, pero cuando pusieron a Duhalde te quedaste piola y no moviste nunca más las patas. Porque vos viste a Kirchner y su parloteo dulzón y te desparramaste en un orgasmo que te nubló la vista. Que te bajo un cuadro, que te regalo la ESMA, que te pongo una inmobiliaria a tu nombre. Y así saliste de la huevera y te fuiste “al barrio”, con papá y mamá contentos de que por fin te hacías progresista. Y te pusiste la remera. Y te anotaste con puntualidad. Y te portaste tan bien que te ganaste el puesto con el que todo arranca. Y cobraste, con intereses y todo. Y ganaste. Y entonces Néstor pasó a ser el Che y Cristina pasó a ser La Pasionaria. Y si encima lo decía la señora robusta, alegremente robusta, no había por qué dudar. ¿No, muñeco?
Por eso en 2006 cuando se chuparon a Julio López y ella dijo por algo habrá sido vos miraste para otro lado y cerraste los ojos cuando los murales te escupían la silueta con gorra de albañil. Y cuando en 2009 se chuparon a Luciano Arruga y ella no dijo ni mu vos te hiciste el sordo y ni escuchaste a Vanesa, la hermana de Lu, que gritaba hasta enronquecer. Y cuando en 2010 reventaron inmigrantes en el Indoamericano, al ladito de uno de los barrios privados de la señora robusta, y ella no apareció vos justo estabas escuchando cómo inauguraban un jardín de infantes en Puerto la Mierda y se te volvió a nublar la vista. Y en 2010 también, cuando el amigo de Néstor asesinó a Mariano Ferreyra y ella medio como que hizo una mueca vos hiciste la mueca con ella y a otra cosa mariposa. Y cuando a fines de ese mismo año el terrorista Insfrán se cargó a varios hermanos qom y ella preguntó “¿qué mierda es qom?” vos pusiste 678 para no enterarte de nada.
Y cuando Clarín le hizo al gobierno la vendetta que a la larga hace todo mafioso y sacó a la luz el escándalo Schocklender con millones robados, ahí ella dijo que la querían cagar. Y te cagó, porque no te quedó otra que decir que la querían cagar.
Lo que no sé, muñeco, es qué hiciste cuando la señora robusta, sin el pañuelo a cuestas, se abrazó al genocida buen mozo, se sacó una selfie vomitiva y publicó una historieta con formato de entrevista.
La Madre y el Genocida
Tampoco sé qué hiciste, muñeco, cuando ella le regaló el pañuelo, que usa cada vez menos, al mismísimo Aníbal Fernández, responsable de represiones y muertes. Al amigo de cuanto comisario represor anda por ahí dando submarino seco.
Yo no sé lo que hiciste esas veces, muñeco. Pero ahora te vi saltar. Con bravura, con irreconocible ira, como si te hubieran tocado una íntima fibra, como si realmente se te hubiera abofeteado la moral.
Ahora saltaste porque un puñado de hijos de desaparecidos, unos salames consuetudinarios, te la dejaron servida. Estabas esperando que alguien, de este lado, pisara algún palito para descargar tu histeria. Y sí, salames hay en todos lados.
Pero no podías dejar de ser previsible. Sacás pecho y brabuconás una defensa tenaz de la señora robusta sólo para tapar con tus ladridos el llanto de la madre de Ledo, el grito sordo de López, la desgarrada agonía de Arruga. Pavoneás tu “horror” por el muñeco infantilmente quemado de la Madre y el Genocida mientras la sangre se sigue derramando y arma charcos de coágulo a tu alrededor.
Tan poco te importan la Verdad y la Justicia que un cartón pintado te resulta más ofensivo que las reuniones de la señora robusta con el partícipe del Operativo Independencia, con el firmante de deserciones fraguadas, con el torturador y desaparecedor César Santos Gerardo del Corazón de Jesús Milani. Tan poco te importa la Memoria que un foco igneo estúpido te resulta más alarmante que la tranza traidora de la señora robusta con el generalato nacido en los chupaderos de sus hijos. Tan poco tenés que ver con la lucha por los derechos humanos que te resulta muy fácil levantar los dedos en V y hablar de liberación con los bolsillos bien llenitos.
Ahora podés fotografiarte con ella, con su pañuelo manchado y su billete de cien. Podés comprarte una bolsa de memoria y pegarte un viaje a la revolución y volver cuando quieras. Podés calzarte la boina roja y jugar con pistolas de cebitas a que estás cambiando el mundo. Y hasta podés inventarte una historia junto a ella como la que tuvimos nosotros.
Pero ojo, la verdad es revolucionaria, muñeco, y a vos te rodea una montaña de mentiras.
Hebe, la de verdad, se está quemando sola hace años. Como dice Bayer, ahora la señora robusta hasta dice que los parias que pueblan las villas son villeros porque quieren. De aquella Hebe, la enojadamente robusta que luchaba contra todo, ya no queda más que un poncho, un par de lentes negros y un pañuelo tiempo compartido con ministros y jerarcas.
Ella sabrá si ahora olvida y perdona. Nosotros sabemos que ahora se reconcilia. Y hasta ahí llegamos.
A la Hebe de cartón, que come sapos de la mano del genocida, la quemó un grupo de salames con poco tacto. Salames que, paradójicamente o no, son nietos de esa madre que come sapos de la mano de un genocida. Nietos que, de todos modos, ya son grandes y se hacen cargo de sus berrinches. No vamos a ser nosotros los que les digamos que hagan o dejen de hacer lo que quieran. A costa, incluso, de que quieran blandir encendedores.
Pero vos, muñeco, ¿vos por qué te prendés?
http://ext.yimg.com/ec…
A la memoria de Alberto Agapito Ledo, el "muñeco" quemado por César Milani

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