La Ciudad de la Costa como botín
de unos pocos.
Desde hace unos años la zona que
va desde la Barra de Carrasco hasta El arroyo en El Pinar se ha convertido en
terreno fértil para toda suerte de especuladores inmobiliarios y capitales de
dudoso origen.
Así han desarrollado numerosos
negocios en torno a los distintos lagos que están principalmente en Paso Carrasco,
Parque Miramar y Shangrila, con barrios semiprivados y construcciones en
altura. En torno a los Lagos de Shangrila se van levantando varias torres y hay
unas cuantas más para empezar.
En la rambla de Shangrila se
proyecta un complejo hotelero, también en altura, que amenaza ser el comienzo
de un nuevo Pocitos en la zona.
También más cerca del Arroyo
Pando los especuladores quieren apropiarse de una zona privilegiada.
Todos estos emprendimientos, y
otros más, a los que se suma la intención de entregar parte del Roosevelt a privados,
son impulsados por la propia Intendencia Canaria, ávida de recaudar a cualquier
precio. Lo que tienen en común estos emprendimientos es que van en contra de la
normativa que regula desde las alturas permitidas hasta el uso de los Lagos.
Para eso se ha instalado desde la
Intendencia una verdadera maquinaria para fabricar “excepciones”. En la Junta
se aprueban las excepciones a las normas y están tienen precio.
Para ello la Comuna tiene montada
una oficina especial, la agencia de promociones a la inversión, dirigida por
Julio Filipinni, donde los inversores hacen lobbie.
La vida de los vecinos de la zona
no importa, se rellenan y contaminan Lagos que han sido usados por generaciones
de habitantes de los barrios para pescar
o bañarse. Se construyen enormes torres en zonas de viviendas bajas, se talan
decenas de miles de árboles en el Parque Roosevelt, pulmón verde del área
Metropolitana, se expulsa pescadores con décadas en la costa.
En la balanza de los gobernantes
pesa más un Damiani o un Lecueder que miles de vecinos.
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