domingo, 19 de mayo de 2013

El cinturón de fuego


El Cinturón de fuego
Una mirada geoestratégica al planisferio.   por:
Julián E. Melián Malnero

Quien pose sus ojos sobre un mapa del mundo y  pasee  su mirada  de este en oeste  podrá
constatar que, entre el ecuador y el paralelo 40 de latitud norte, un enorme Cinturón de Fuego se
ciñe sobre el planeta.
En efecto, desde que la crisis financiera impactó en el Primer Mundo a mediados del 2007 y
más aún en estos dos últimos años, innumerables  conflictos y tensiones  estallaron o se
agudizaron a los largo de esa amplia línea, acompañándose de una frenética y generalizada
carrera armamentística, sin precedentes desde el fin de la Guerra Fría.
Resulta, desde luego, imposible desvincular un acontecimiento de otro, una guerra de otra,  un
golpe de Estado de otro, pues detrás de cada uno de ellos, ya sea la rebelión en Malí, la guerra
civil en Siria, la retórica incendiaria en la península coreana o las amenazas de golpe y los
golpes de Estado en América Latina, siempre encontraremos a los mismos actores disputándose
el tablero de ajedrez en el que se está convirtiendo el planeta. Paso a paso, jugada tras jugada, el
ordenamiento geoestratégico mundial se está remodelando.
Para entender qué es lo que está sucediendo y cuáles pueden ser los resultados de una situación
global que día a día se torna más incontrolable y más explosiva, es preciso aceptar que estamos
asistiendo a la emergencia de nuevas potencias económicas y políticas (China, Rusia y en menor
medida Brasil, la India, Irán, etc.). Para asegurar su desarrollo, estas potencias deben garantizar
su proyección internacional disputando a las viejas potencias occidentales parte de sus mercados
y zonas de influencia. Claros ejemplos de este enfrentamiento por las áreas de influencia son la
penetración política y  sobre todo  económica de China, Rusia y,  en menor medida Irán, en
América Latina y África, zonas tradicionales de influencia norteamericana y europea, así como,
en respuesta, las actividades militares occidentales en áreas estratégicas para China y Rusia (la
península coreana, Irán, Siria, Cáucaso, Taiwán, el Mar Amarillo, los Mares de China Oriental y
Meridional, etc.)
Esto no es nuevo. Las disputas para controlar recursos y mercados son tan viejas como la
sociedad humana. Lo novedoso del asunto es quizás lo intrincado de los diversos intereses en
juego, fruto de la globalización.
Un ejemplo ilustrativo de este gigantesco entrevero de intereses puede ser la intensa y difícil
batalla comercial y financiera que se libran China y los Estados Unidos de Norteamérica por la
hegemonía económica a escala planetaria. El país oriental actúa como potencia emergente cada
vez más capaz de disputar, en todos los ámbitos
, el liderazgo mundial a un desinflado Imperio
Occidental. Éste, entretanto, reacciona mostrando y usando los dientes o buscando mejorar su
competitividad tanto en el aspecto monetario como productivo.
La República Popular de China es, hoy por hoy, el principal acreedor de los Estados Unidos, es
decir el mayor tenedor extranjero de bonos de deuda norteamericanos y el segundo después de
la Reserva Federal Estadounidense.
 Esta realidad, sin embargo, puede tener varias lecturas: por
un lado, China dispone de un arma  financiera peligrosa para atacar el corazón de la economía
norteamericana, es decir su moneda. No son pocos los indicios en ese sentido: China renunció al
uso del dólar  norteamericano y el Euro  en muchas de sus transacciones comerciales
internacionales, notoriamente con  algunos miembros del dinámico grupo de potencias
emergentes llamado BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica).
 Por otro lado, Estados
Unidos es un gran cliente del gigante asiático y, es bien sabido, que la bancarrota de un cliente
afecta también a quien le vende. Sin contar que una depreciación importante del dólar afectaría
a China, no sólo porque le restaría competitividad en los mercados internacionales, sino también
porque vería como pierde valor real la deuda que EEUU mantiene con ella. Además, China es
receptora de inversiones norteamericanas que  se verían afectadas por un ataque chino contra el
dólar.
Dicho de otra manera, la interdependencia económica entre Estados Unidos de Norteamérica y
China y el poderío militar de ambas naciones  impiden un golpe directo y demoledor entre los
competidores.
Este esquema de interdependencia y equilibrio relativo entre potencias se repite si se consideran
otros actores un tanto adversarios, un tanto socios, como Rusia, Europa, la India, Japón, Brasil,
etc.
En definitiva, nada es fácil ni lineal en un mundo dónde los Estados y las Naciones han cedido
parte de sus prerrogativas a los capitales, donde los intereses de los países y de las empresas se
mezclan, se imbrican, chocan y se superponen de una manera aparentemente tan caótica como
contradictoria o desenfrenada.
Pese a esa sensación de confusión, la humanidad está asistiendo a un auténtico choque de titanes
que tiene como trasfondo una feroz puja entre potencias emergentes y viejas por el control de
las riquezas naturales y las posiciones estratégicas.  El surgimiento de China como nueva
potencia económica mundial y el renovado potencial ruso obligaron al Gobierno de Obama a
adoptar, ya desde 2011, un nuevo giro estratégico hacia la región del Pacífico.  Con la
cooperación de sus aliados en Oceanía (Australia, Nueva Zelanda y otras naciones de la región),
la administración Obama  decidió cercar las nuevas potencias asiáticas, localizando bases
militares y tropas así como realizando acuerdos de cooperación militar e intervenciones bélicas
en naciones vecinas de China y Rusia. Ese asedio se vio favorecido por la ausencia de salida a
mares abiertos o navegables todo el año que padecen los dos gigantes de Asia. En el centro de
ese despliegue occidental están las rutas comerciales por las que fluye hacia China el petróleo
proveniente de África, América Latina y el Medio Oriente. La intención evidente es afectar el
abastecimiento energético fundamental para el desarrollo de esa nación oriental.
A este panorama tenso se debe añadir, para completar un cuadro verdaderamente preocupante,
una realidad ineludible: la profunda crisis ecológica que agobia un  planeta con recursos
limitados, pero que  debe responder a las necesidades ilimitadas  de un crecimiento económico
cuyo imperativo es superarse año tras año. No hay matemática que pueda resolver esa ecuación,
el modelo es lisa y llanamente insostenible en el marco ya exiguo de este estrecho mundo.
Aceptado como un hecho el enfrentamiento generalmente indirecto  entre las viejas potencias
occidentales y las nuevas potencias emergentes (lideradas por China y en menor medida Rusia)
con el objetivo de   controlar recursos naturales cada vez más limitados y abastecer  mercados
cada vez más voraces,  el Cinturón de Fuego que atraviesa el planeta adquiere repentinamente
una inobjetable connotación geoestratégica.
En efecto, esa línea de conflictos que rodea el planeta tiene dos características principales que
por supuesto no son mera casualidad:
En primer lugar, se observa que el Cinturón de Fuego afecta a países con destacables riquezas
naturales, principalmente recursos energéticos como el petróleo, cuyo techo de producción ya se
está alcanzando y cuya escasez es sólo cuestión de tiempo. Así Irak, Libia, Irán, Venezuela,
Sudán y,  en menor medida, Siria, Ecuador o la República Árabe Saharaui ocupada por
Marruecos fueron  últimamente escenario de fuertes  enfrentamientos políticos o militares. En
algunos casos no se trata, por cierto, de conflictos recientes, aunque resulta obvio que la disputa
entre potencias por los recursos naturales volvió a avivar viejas brasas.
Otros acontecimientos de esta índole tienen también una vertiente económica, pero el trasfondo
no es el petróleo sino otras riquezas naturales como el oro, la bauxita, el coltan, el uranio,  los
diamantes, etc. (Malí, República Democrática del Congo, República Centroafricana, GuineaConakry, etc.)
En resumen, estos conflictos son, en primer término, la respuesta categórica de las viejas
potencias occidentales al intento de los países emergentes, fundamentalmente China y Rusia, de
establecer cabezas de puente para penetrar en vastas regiones de extracción de riquezas
naturales tradicionalmente bajo influencia occidental desde la expansión colonial europea.
El segundo aspecto llamativo del Cinturón de Fuego es que, de manera invariable, la  reciente
emergencia de numerosos conflictos cumple con dos objetivos geoestratégicos a la vez paralelos
y combinados: el  primero  cercar a China y Rusia como ya se dijo anteriormente, el  segundo
socavar la influencia y el desarrollo creciente de Irán.
El primer objetivo geoestratégico debería, en un comienzo, cortar la proyección internacional de
las dos mayores potencias asiáticas, acorralarlas  en el marco  de sus fronteras, obligarlas a
depender de Occidente para su abastecimiento en materias primas y luego, en una segunda
etapa, hacerlas retroceder fronteras adentro mediante la exacerbación de tensiones nacionalistas,
étnicas o religiosas capaces de fragmentar sus  respectivos  territorios (Chechenos, Azeríes,
Tibetanos, Uigures, etc.). Así aisladas, dependientes y fragmentadas, China y Rusia no
significarían ya una amenaza para el poder occidental.
A la primera parte de este esquema responden sin duda, enumerándolas una por una, de Este en
Oeste,  las tensiones entre Rusia-China y Japón-Taiwán por el control de islas e islotes, el
enfrentamiento retórico en la península de Corea, las maniobras militares conjuntas entre Corea
del Sur y los Estados Unidos de Norteamérica y el despliegue militar norteamericano en torno a
los mares que bañan las costas chinas. También es parte de esta ofensiva estratégica occidental
el asombroso acercamiento de los Estados Unidos de Norteamérica con Vietnam para controlar
aguas ricas en petróleo en el mar de China Meridional y la ofensiva diplomática de Obama en el
sudeste asiático (Myanmar, Tailandia y Camboya), paso obligado de los barcos chinos hacia el
Golfo Pérsico.
Las repentinas tensiones entre China y la India podrían ser analizadas como un
intento chino de frenar el acercamiento de la India con Japón, estrecho aliado de Occidente.

Otros elementos que conforman ese cerco a China y Rusia son la ocupación de facto de Pakistán
por la OTAN, su desestabilización y progresiva fragmentación, la ocupación de Afganistán, las
amenazas  cada vez más agresivas  contra Irán,  la recurrente inestabilidad de Irak,  la
instrumentalización de la organización Al-Qaeda como herramienta de desestabilización en
Medio Oriente,  la diplomacia  anti rusa de Occidente en las Repúblicas  de Asia Central  que
pertenecían anteriormente a la URSS, el  proyectado  despliegue de escudos antimisiles en
Turquía y Europa del Este, que permitirían cerrar definitivamente el paso a las flotas rusas del
Mar Negro y del Mar Báltico,  el ingreso a la Organización del Tratado del Atlántico Norte
(OTAN)  de países del ex-bloque socialista y, finalmente,  la  inminente invasión,  ocupación y
desmembramiento de Siria. Por ser este país árabe un aliado estratégico de Irán y encontrarse,
en su ciudad portuaria de Tartús, la única base militar rusa en el extranjero, los acontecimientos
que conmocionan a Siria constituyen el punto de inflexión de la ofensiva occidental.
Siguiendo esa estrategia de proyectarse y cercar a Rusia y China, Occidente está logrando el
control efectivo y absoluto del Mediterráneo y del Mar Rojo, convirtiendo ambos mares en una
prolongación del Atlántico Norte.
La invasión de Libia, el apoyo al autodenominado Ejército Libre Sirio, la injerencia francesa en
Túnez luego del  derrocamiento del dictador pro-occidental Ben Alí,  la desestabilización del
gobierno de Mursi en Egipto (gobierno que, es preciso recordar, estrechó lazos con Irán y
rompió relaciones con Israel), la intervención norteamericana en Yemen o la inestabilidad que
reina en el cuerno de África (Somalia, Kenia, Eritrea, Etiopía) es decir en las puertas de entrada
y  de salida  al Mar Rojo,  la  partición en dos de Sudán habitual opositor a las políticas
occidentales en África Oriental,  la invasión de Malí por los franceses y los alemanes, los
intentos de golpe de Estado en la República Centroafricana, el apoyo europeo y norteamericano
irrestricto a Marruecos frente a las reivindicaciones independentistas del Sahara Occidental,  el
envío de tropas francesas a Níger para  controlar sus yacimientos de uranio,  el despliegue  de
fuerzas aéreas norteamericanas en la base militar española de Morón, en Andalucía, frente al
Magreb, reflejan la clara progresión de Occidente en su afán por volver a controlar todo el norte
de África y los dos mares ya mencionados.
Así, a la vez que logran cerrar la puerta a cualquier intromisión asiática en el área, que ponen
bajo su control las riquezas de esa extensa área, el Tratado del Atlántico Norte conseguiría con
el control total del Mediterráneo y del Mar Rojo, conectar directamente con el Océano Índico y
con el Golfo Pérsico, controlando así los movimientos de las flotas chinas e iraníes e
impidiendo su eventual conexión.
Luego de recorrer Asia y África, el Cinturón de Fuego cruza el Atlántico para desembarcar en
Venezuela principalmente y, desde allí, expandirse hacia los países que conforman la Alianza
Bolivariana (ALBA) constituida por  Cuba, Nicaragua, Ecuador, Bolivia, algunas islas del
Caribe y, hasta 2009, Honduras. El Mercosur (Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay y
Venezuela) también está en la mira, sobre todo desde el surgimiento del eje Caracas-BrasiliaBuenos Aires y el posterior ingreso de Venezuela al Mercado Común del Sur.
Tanto China como Rusia o Irán, éste último  por razones particulares, han encontrado, en estos
países latinoamericanos y caribeños, un entorno favorable para desarrollar amplias, profundas e
intensas relaciones que abarcan tanto los ámbitos políticos, económicos, culturales como
militares
 ,Ese ambiente acogedor para con las potencias asiáticas se explica, en algunos casos .
por la voluntad manifiesta de emanciparse de la tutela norteamericana y, en otros como Brasil,
por la posibilidad  de diversificar sus mercados y de acelerar su despegue como potencia
estratégica a escala mundial.
No es por ende sorprendente que muchos Estados latinoamericanos hayan sido a su vez objeto
de una feroz embestida por parte del Pentágono,  de  Europa y  de  sus  aliados en la región
(oligarquías nacionales, Colombia, Chile, Perú y, de una manera más ambigua, Uruguay).
Intentos de golpes de Estado y sabotajes de todo tipo afectaron o afectan todavía a Venezuela,
Ecuador, Bolivia, Honduras, Haití y Paraguay, mientras la desestabilización económica y
política genera inseguridad en otros países como Argentina o Cuba. En algunas oportunidades la
tensión alcanzó tales extremos que se arriesgó el estallido de un enfrentamiento bélico  entre
Estados  como en el caso de Colombia y Venezuela, Colombia y Ecuador, Nicaragua y Costa
Rica o, en  menor medida, Uruguay y Argentina, con el consiguiente pedido de auxilio del
Presidente uruguayo Tabaré Vázquez a su homólogo norteamericano
El segundo objetivo de la ofensiva  estratégica  occidental  es Irán. La República Islámica
constituye sin dudas un blanco prioritario, una pieza clave, en el marco del Cinturón de Fuego
que pretende cercar a Rusia y China pero, de por su ubicación, sus recursos y su potencial
industrial, militar y político se convirtió  además  en un objetivo estratégico  per se de las
potencias occidentales.
Irán es el único país del Golfo Pérsico que mantiene una clara independencia frente a los
intereses occidentales. En él, las inversiones rusas y chinas encuentran un ámbito propicio para
establecerse y desarrollarse. Para mayor preocupación del bloque occidental en general y de los
Estados Unidos de Norteamérica en particular, Irán pisó tierra latinoamericana mediante su
alianza con el ALBA, grupo del que es miembro observador.
 La República Islámica, principal
país de confesión chií, constituye además el puntal de apoyo de numerosos grupos de resistencia
árabe frente al Estado de Israel y la injerencia occidental.
 De esta manera, la proyección
geoestratégica de Irán llega, de hecho, hasta el Mediterráneo a través de  Irak,  Siria y los
movimientos de resistencia islámicos y laicos en el Líbano (Hezbollah) y Palestina (Hamás,
Djiad Islámica, FPLP, etc.), pero su influencia también se disemina entre los aliados regionales
de Occidente como Catar, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait y Arabia Saudí por contar éstos
Estados con una importante proporción de su población de confesión chií.
El caso de Irak es, en ese sentido, paradigmático. Si bien el país mesopotámico protagonizó una
durísima guerra contra Irán entre 1980 y 1988, durante  el gobierno suní de Saddam Hussein, y
luego fue invadido y ocupado por Estados Unidos de Norteamérica, el hecho que su población
sea mayoritariamente chií terminó conciliándolo con los intereses persas. Dicho de otra manera,
luego de las primeras elecciones en Irak y la victoria electoral de la mayoría chií,  los
norteamericanos tuvieron que negociar con su archienemigo Irán para lograr pacificar un poco
el país que habían invadido y en el que sus tropas estaban empantanadas

.
En la actualidad, el surgimiento de grupos  islamistas suníes  radicales, vinculados a las
ideologías salafista o wahabita, pertenecientes a la red Al-Qaeda y patrocinados por Occidente,
Israel, las monarquías del Golfo y  Turquía, tanto en Irak como en Siria, está  directamente
orientado a  derrocar gobiernos  chiíes  afines a la nación persa y, por ende, a cercenar la
expansión estratégica de esta última tanto en la región como más allá de ella.
La  respuesta iraní frente a  la arremetida occidental se expresa en  varios ámbitos:  su decisión
inquebrantable de desarrollar la tecnología nuclear para afianzar su independencia energética, su
intenso desarrollo industrial, científico y armamentístico así como su apoyo  amplio y abierto a
los polos de resistencia en Asia, África y América Latina. Hasta ahora, la nación persa mantuvo
una posición de apoyo diplomático y político al gobierno de Bashar Al-Assad, negándose a
entrar de lleno en operaciones militares.  Es indudable, no obstante, que el gobierno de  los
ayatolas no ignora que Irán es el objetivo principal detrás de la agresión a Siria y que una caída
del régimen Baas en Siria sería la antesala de una agresión directa a Irán.
En el campo de batalla sirio, las últimas victorias gubernamentales frente a  los  grupos
mercenarios ligados a Al-Qaeda avivaron la intervención turca, israelí, saudí y catarí en el
conflicto. A su vez, esta injerencia creciente ya determinó muy firmes declaraciones de Hassan
Nasrallah, el líder del movimiento  chií  Hezbolláh en el Líbano, aclarando que ni dicha
organización, ni Irán podrían tolerar el derrocamiento del actual gobierno sirio.
 Los
Occidentales y sus aliados respondieron con un bombardeo israelí a un centro de investigación
militar próximo a Damasco y con maniobras militares simultáneas de Turquía e Israel en la
frontera siria.
 Es indudable que el mundo se encuentra en esa región frente a la potencialidad .
inminente de una conflagración de dimensiones inauditas desde la Segunda Guerra Mundial.
La respuesta de China y Rusia frente a la arremetida occidental ha sido hasta ahora sumamente
prudente, ambivalente y de alcance relativo según el ámbito en el que se ha desarrollado:
Ambas potencias, por cierto, se sumaron a la carrera armamentística  y tecnológica,
reaccionando fuertemente frente al desarrollo tecnológico y militar occidental. Así mismo en el
aspecto económico intentan ganar terreno, desplazando a sus competidores norteamericanos y
europeos y extendiendo relaciones comerciales y políticas hacia zonas que antes le eran, si no
vedadas, por lo menos de difícil penetración.
Rusia, quizás, tenga en su enorme potencial energético su arma más poderosa para enfrentar la
hegemonía occidental. La nacionalización de recursos petroleros y gasíferos, otrora en manos de
empresas europeas y norteamericanas, le devolvió a Moscú un peso de primer orden en la
geopolítica mundial. Sin contar que de esta manera Rusia logró contrarrestar la ofensiva
occidental sobre el Golfo Pérsico anulando la posibilidad de un monopolio  energético mundial
en manos de Occidente. Lo cierto es que el plan de Putin de controlar los recursos energéticos
rusos abre la posibilidad para el diseño de un nuevo orden mundial  multipolar  donde por un
lado estén Rusia,  China, Irán y Venezuela y por otro Estados Unidos y las potencias de la
OTAN. Se trata de una lucha geopolítica y geoestratégica a nivel mundial en el que se inscriben
también los despliegues marítimos de Rusia, China e Irán para contrarrestar el escudo
misilístico del Pentágono destinado a cercar militarmente a la Triple Entente Euroasiática.
Por su lado, China con su potencial financiero, industrial y tecnológico somete a Occidente a
una despiadada competencia,  diversificando su red de proveedores y clientes,  conquistando
mercados y lealtades a fuerza de inversiones, créditos, exportaciones, importaciones e intereses
económicos compartidos.
El gigante oriental, en ese sentido, se convirtió en el mayor socio comercial de África (160.000
millones de dólares) por encima de Estados Unidos de Norteamérica y Europa. Sus empresas
colocaron 15.000 millones de dólares en África sólo en el 2012 atraídas por los minerales de los
países africanos, así como por el petróleo de África occidental. China importa además productos
agrícolas de Chad, Malí, Benín y Burkina Faso para su industria textil y coloca, en el continente
negro, parte importante de sus productos manufacturados, figurando Nigeria como el principal
consumidor africano de importaciones chinas.
Una situación similar se refleja en América  Latina,  donde China ha comenzado a disputar el
terreno a los Estados Unidos de Norteamérica y a Europa, tanto en el campo del intercambio
comercial como en el de las inversiones financieras o productivas, la ciencia,  la cultura,  la
tecnología o las actividades bancarias.
 Es cierto que no todos los países latinoamericanos ven
con buenos ojos el avance asiático sobre la región. Los centroamericanos, por ejemplo, sufren la
competencia de los productos manufacturados chinos que ellos producían habitualmente en sus
zonas francas. Los países de América del Sur, en cambio,  aprovechan el dinamismo de un
cliente excepcional para  colocar  sus  materias primas (petróleo, cobre, madera, etc.) y  su
producción de alimentos, a la vez que buscan, en la potencia china, un respaldo para emancipar
sus economías de la tradicional dependencia de los Estados Unidos de Norteamérica.

China es hoy por hoy la principal amenaza que pesa sobre el dólar como moneda de intercambio
a escala planetaria. El gigante asiático parece, en  efecto, querer socavar el uso de la divisa
norteamericana en el comercio internacional. El anuncio de un plan para establecer la
convertibilidad del yuan prepara el camino para que la moneda china se convierta en  divisa de
reserva a la par del dólar o en su detrimento. La convertibilidad del yuan facilitaría el flujo de
capitales e inversiones desde y hacia China y permitirá además controlar la situación económica
del país por medio de tasas internas como lo hacen la Reserva Federal de EE.UU. y el Banco
Central Europeo. Otra ventaja para China derivada de la convertibilidad sería la inclusión del
yuan en la canasta del FMI, sobre cuya base se establecen los derechos especiales de giro y los
créditos internacionales.

Muchos proyectos tanto de Rusia, como de China o de los países pertenecientes al grupo BRICS
van en esa misma dirección. Se pueden citar, a modo de ejemplos, la propuesta de creación de
un Banco de Desarrollo del grupo BRICS que rivalizaría con las instituciones internacionales de
crédito dominadas por Estados Unidos y la Unión Europea
o el aumento de la reservas de oro
de las dos potencias asiáticas como una manera de prevenir cualquier derrumbe del dólar
 .
Inspirados o alentados por esas políticas monetarias novedosas, numerosos Estados están
optando por el uso de sus propias monedas en sus transacciones o por el uso de divisas
regionales como el Sistema Único de Compensación Regional (SUCRE) en el caso del ALBA,
esquivando así la divisa estadounidense.  De esta manera, el proceso  lanzado por China  de
'derrocamiento' del dólar en las transacciones comerciales se está acelerando notoriamente.
En el ámbito diplomático y militar, contrariamente al aspecto económico, las dos potencias
asiáticas demostraron reaccionar tibia y ambiguamente a la hora de defender sus intereses:
Rusia y China, con el fin de la Guerra Fría, habían priorizado el ámbito diplomático para
resolver conflictos y  buscaban, mediante la negociación, un paulatino desarme mundial. Sin
embargo, el dinamismo de la industria militar occidental y la virulencia de su actividad bélica,
fundamentalmente a lo largo de las fronteras australes del eje Pekín  – Moscú, obligaron a las
dos potencias asiáticas a sumarse, casi a regañadientes, a la carrera armamentística. China
intenta, en la actualidad, modernizar su fuerza aérea y reforzar su marina de guerra, consciente
de que el control de sus mares es la clave de su proyección geoestratégica.  Otro aspecto
significativo es que China se lanzó de lleno en la conquista espacial, apoyando en ese marco a
sus aliados como Venezuela y Ecuador.
Rusia, por su parte, intenta dar una respuesta concreta al escudo antimisiles que Occidente está
desplegando todo a los largo de su frontera. Algunas maniobras navales  rusas,  en el
Mediterráneo y sobre todo en el Caribe de la mano de Venezuela, se asemejaron a un auténtico
desafío a Estados Unidos de Norteamérica y sus aliados.
Pese a  todo ello,  tanto China como Rusia aceptaron casi sin protestar la invasión de Libia y de
Malí. En el primer caso, sus reclamos llegaron tarde y sólo lograron subrayar en qué medida
descomunal  las  dos naciones asiáticas se habían equivocado al autorizar la zona de exclusión
aérea sobre el país dirigido por Gadafi. En el segundo caso, Rusia, pretextando la lucha contra el
islamismo radical, pareció aceptar el avance occidental hacia el corazón del Sahel. En cambio
China, que tiene más intereses que Rusia en África, asumió la intervención francesa  con una
mezcla de preocupación y benevolencia. Así de claro lo expresaba He Wenping, director de
Estudios Africanos del Instituto de Estudios Asiáticos Occidentales y Africanos de la Academia
China de Ciencias Sociales, citado por M. K. Bhadrakumar  en un artículo publicado en Asia
Times Online:
“China tiene ciertos intereses en Malí debido a sus proyectos de inversión. No es
necesariamente algo malo para China ya que la decisión francesa de enviar a sus soldados
puede estabilizar la situación… Sin embargo, a pesar de todos los beneficios potenciales, hay
una posible causa de alarma: las fuerzas francesas. La participación de las fuerzas francesas
en Malí justificará la legalización de un nuevo intervencionismo en África.”
Pekín comprende perfectamente que Occidente se está lanzando a una estrategia de contención
de sus intereses en África,  intentando recuperar el control de sus antiguas colonias en las que,
hoy, China está progresando. El problema para Occidente es que no puede competir con China
en el terreno comercial, porque ésta ofrece una relación más amplia y justa  con las naciones
africanas. De ahí la necesidad occidental de una política agresiva y  belicosa.
25
China y Rusia, aprendiendo de la experiencia libia, mantuvieron sobre Siria cierta unidad  y
firmeza en el Consejo de Seguridad de la ONU, rechazando tajantemente  cualquier intento de
Occidente por obtener el aval de dicho organismo para  una intervención  en el país árabe. En
pleno conflicto sirio, las maniobras navales rusas en aguas del Mediterráneo Oriental, con su
puerto de atraco en Tartús, subrayaron la importancia de esa base militar para Rusia y
demostraron la voluntad del Presidente Putin de conservarla. Así mismo se puso de manifiesto
la imposibilidad de hallar una solución al enfrentamiento  en dicho país sin la participación de
Rusia como mediador.
Esta postura tiene, pese a todo, sus límites y sus ambigüedades: Rusia no pasa de un apoyo
meramente diplomático y defensivo al gobierno de Damasco. La oposición tajante de Moscú a
toda intervención militar extranjera en Siria, el rechazo al masivo suministro de armas
occidentales a los mercenarios de Al-Qaeda, la negativa a negociar una salida del poder del
presidente sirio, las múltiples reuniones entre el canciller ruso Lavrov y miembros del gobierno
Baas, el acercamiento y reconocimiento por parte de Rusia del Hezbollah abundan en ese
sentido

 Pero, a contrapié de esa postura, Moscú  se negó a venderle a Siria su sistema de  .
defensa antiaéreo S-300, aunque aceptó entregarle sistemas más anticuados pretextando que se
trataba de un negocio cerrado antes de que comenzara la guerra civil.
 Algo similar sucedió con
Irán. En este último caso, alegando las sanciones que el Consejo de Seguridad de la ONU
impuso  a Teherán  en junio de 2010, Rusia no cumplió con el suministro de armas acordado
evidenciando su deseo de no  comprometerse más allá de un marco jurídico internacional que,
desde hace tiempo ya, nadie respeta en el bando occidental.
 Peor aún, el hecho terminó
perjudicando al Estado ruso quien no sólo perdió dos clientes importantes, sino que  arriesga
tener que indemnizar a Irán por la ruptura del contrato de compra-venta.
Quizás uno de los éxitos diplomáticos aparentes de China haya sido la creación, en el año 2001,
de la Organización para la Cooperación de Shanghái (OCS) que reúne a China, Rusia,
Uzbekistán, Kazakstán, Tayikistán, Kirguistán y varios países observadores de importancia
relevante como Pakistán, Afganistán, Irán y la India.
El objetivo primero de la organización  fue “la lucha contra el terrorismo, el separatismo y el
extremismo” en el marco de un Oriente que comenzaba a sufrir las consecuencias devastadoras
de los acontecimientos del  11 de septiembre de 2001.
30 Paulatinamente empero, se fueron
incorporando a la agenda el tema de la cooperación económica, aunque, en este capítulo
también, más que de economía, se trata de seguridad económica, centrándose las  discusiones
sobre temas tan estratégicos como la energía, la alimentación, el agua, las comunicaciones y las
finanzas.
Muchos analistas quisieron ver en esta organización un mecanismo para contrarrestar el Nuevo
Orden Mundial que pretende imponer Occidente, proponiendo, en su lugar, un orden multipolar
basado sobre la seguridad, la cooperación mutua y la libertad de cada Estado para elegir su
modelo de desarrollo.
 Sea como sea, después de los acontecimientos que conmocionaron
Kirguistán en el 2010 y la incapacidad de los socios de la  OCS para intervenir en ellos, la
organización perdió un poco de su prestigio y parece estar bastante estancada.
En realidad, la OCS parece ser lo que indican sus siglas: una organización que coordina
políticas de seguridad entre miembros muy dispares, con  intereses particulares muy diferentes,
sin que eso represente stricto sensu una alianza de ningún tipo.
En conclusión,  basta con mirar un mapa para apreciar que  desde Pyongyang hasta Beirut se
propaga un incontenible incendio de guerras, rebeliones, golpes de Estado y levantamientos de
todo tipo, extendiéndose las llamas a lo largo de la mitad Norte de África para luego saltar el
Atlántico y tocar tierra americana en Caracas de donde la inestabilidad se ramifica hacia los
países cuyas políticas incomodaron o incomodan a Washington. El Cinturón de Fuego con el
que Occidente procura rodear a China y Rusia está claramente dirigido a quebrar la proyección
geoestratégica de estas dos potencias, de manera a acorralarlas dentro de sus fronteras y luego
provocar su fragmentación y debilitamiento.
El  Imperio Occidental  busca deshacerse  de sus dos  principales competidores, arrebatándoles
zonas de influencia  y mercados,  atomizando a sus potenciales aliados e imponiéndose a ellos
como única alternativa para establecer relaciones internacionales. Tanto China como Rusia,
encerradas, rodeadas de Estados fallidos, de bases militares y de guerras se verían entonces
obligadas a una oprobiosa dependencia para su desenvolvimiento internacional.
En realidad, ya no se trata para los occidentales de ocupar militarmente los espacios que
circundan las potencias orientales. Las dolorosas experiencias de Afganistán e Irak dejaron sus
enseñanzas. Por ahora les basta con conseguir que las zonas que circundan a Rusia y China sean
tan inestables, tan inviables política y económicamente como para que todo intento de  sus
poderosos vecinos de proyectarse hacia ellas se convierta en una peligrosa aventura. Luego ya
se tendrá tiempo para que el desorden se propague fronteras adentro de Rusia y China, mientras
los intereses occidentales progresan en esas zonas, beneficiándose de la debilidad de auténticos
Estados fallidos. En ese sentido África con sus interminables enfrentamientos étnicos y sectarios
detrás de los cuales se esconden empresas y capitales del mundo desarrollado ha sido una
lección muy provechosa para Occidente. La instrumentalización de Al-Qaeda por parte de la
OTAN parece perseguir un diseño similar en el mundo musulmán:  la propagación del caos en
zonas de penetración sino-rusa, para que luego de la huida de éstos, norteamericanos y europeos
puedan dedicarse a pescar en río revuelto.
Occidente está cerca de lograr su propósito. Para cerrar el cerco, sólo le falta conseguir la caída
de algunos bastiones aún en mano de sus rivales.  Hassan Nasrallah llama de manera muy
pertinente a esos bastiones “las Fuerzas de la Resistencia”. Hoy por hoy, el núcleo de  esas
fuerzas está constituido por las diversas facciones palestinas (excepto el Fatah), el Hezbollah,
Siria e Irán. Es contra ellos que el Imperio Occidental está dirigiendo toda su furia.
Entendido de esta forma, el derrocamiento de Al-Assad supondría un golpe durísimo.
Implicaría, en efecto, el fin de 60 años de resistencia palestina, el cerco y la asfixia del
movimiento chií libanés y, finalmente, abriría la puerta a una agresión directa de Occidente
contra un Irán totalmente aislado y abandonado.
La caída de Irán conllevaría el dominio de Occidente sobre el Golfo Pérsico y, por ende, sobre
la mayor parte del petróleo mundial, por lo que Venezuela perdería el control de su  principal
arma  estratégica. La Revolución Bolivariana tendría entonces los días contados y América
Latina podría regresar abruptamente a la época del consenso de Washington.
China y Rusia, hasta ahora, han generalmente priorizado el ámbito económico en su proyección
internacional, pensando quizás que su modelo de desarrollo relativamente acorde con el modelo
occidental evitaría las rispideces. Los logros de ambas fueron y son inobjetables. A pocos años
del Fin de la Guerra Fría, consiguieron afirmarse como potencias ineludibles en el escenario
económico y financiero internacional. El golpe fue muy fuerte para Occidente, pero sin dudas
estuvo atenuado por la interdependencia que caracteriza la globalización. Es probable, en efecto,
que las dos potencias asiáticas soñaran con un entendimiento con Occidente para compartir el
poder mundial, sin tener que chocar por ello.  De ahí sin dudas una política internacional
moderada, prudente, indecisa, con la que fueron cediendo terreno y posiciones estratégicas, ante
una constante progresión occidental todo a lo largo de sus fronteras.12
Si Rusia y China contaban con que el planeta se repartiera pacíficamente entre potencias que
comparten algunos principios básicos, Occidente les respondió bastante clara y brutalmente que
el poder no se comparte.
Lo que está por venir, dependerá de las decisiones que tomen próximamente los dos gigantes
asiáticos en los acontecimientos que estremecen Medio Oriente así como de la capacidad d
resistencia de Irán y sus aliados. Si Rusia y China  siguen con su moderación, tendrán tarde o
temprano que aceptar el dominio absoluto del Imperio  Occidental. Si optan en cambio por
apoyar decididamente “las Fuerzas de la Resistencia”, el mundo asistirá pronto a un choque de
proporciones colosales.

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