domingo, 5 de febrero de 2012

perspectiva cultura--por Nicolas


Perspectiva Cultura.

            Creemos pertinente abordar el aspecto constitutivo de la cultura, y las fundamentaciones que consolidan nuestra afirmación que la cultura no solamente es la contemplación, ni se limita tan sólo a extraer la consecuencia de la acción subjetivada de la cultura, concepto vigente desde hacía ya tiempo: “cultura”... es simplemente aquello que es expresión espiritual (anímica), querer espiritual (anímico) y, por lo tanto, expresión y querer de un ‘ser’, de un ‘alma’ situada por detrás de todo dominio intelectual de existencia y que en su afán de expresión y en su querer, no se preocupa por la finalidad y la utilidad...”

          Al incorporar estos aspectos modelicos  y al transformarlos, mediante la aparente cualidad del compromiso general, se crea en el campo de la cultura un ámbito de unidad y de libertad ficticios en el que han de quedar dominadas y apaciguadas la relaciones antagónicas de la sociedad tan necesarias para el desarrollo de la misma, es decir, la cultura afirma y oculta las nuevas condiciones sociales de vida.

            A la vez, la evidente manifestación de reincorporar a la cultura como elemento integral, en la tan mentada construcción de la ciudadanía,  se ha valorizado hasta ahora sólo bajo las formas del utilitarismo. El utilitarismo, desde nuestra concepción es sólo el contrario de la cultura. Lo “útil” lo  entendemos  como la utilidad del hombre de negocios, que incluye la cultura en la cuenta de los gastos inevitables: como elemento de distracción. La cultura es calculada, desde el primer momento, por su utilidad, al igual que la posibilidad de ganancias que esta brinda, es decir, es calculada en relación con los riesgos y con los costos y, de esta manera, queda estrechamente vinculada a los principios económicos de esta sociedad. En el utilitarismo el interés del individuo con respecto al hacer/ al estar cultural  se une a los intereses fundamentales del orden existente. Desde esta perspectiva la cultura la entendemos como es, insustancial; conserva este carácter hasta en la organización del ocio, (por el Estado) dentro de los parámetros de lo permitido se organiza la “satisfacción” de acceder a los bienes culturales.


            En cierta medida se esta erigiendo en los cimientos “del orden” de la cultura el carácter de transitoriedad que conlleva la desvalorización del elemento esencial del quehacer cultural la sensibilidad.

             Ahora bien, todo intento de esbozar la imagen opuesta a la cultura imperante,  nos hace enfrentar con el clisé, (es siempre mejor aceptar este clisé) y no aquel de la transformación inofensiva, que parece subyacer en algunas teorías de la cultura. Se habla de la “universalización de los valores culturales”, en una gigantesca fábrica de educación popular, del “derecho de todo el pueblo a los bienes de la cultura”, de “mejorar la educación corporal, espiritual y moral del pueblo”. Pero esto es tan sólo convertir la tendencia de una sociedad enfrentada en la forma consciente de vida de otra, erigir en una nueva virtud un defecto.

Si no profundizamos hacia esta vertiente poniendo en tela de juicio la imposición de la praxis burguesa de lo funcional y lo necesario en el campo de la cultura todo intento de reconfigurar la acción solo queda reservada para el quehacer teórico.

Sin intención de explayar las transformaciones que el concepto cultura o en lo que es la construcción histórica de la definición, es necesario tomar una significación como instrumento de aproximación y análisis, este refiere a la abstracción hacia la totalidad social del mundo espiritual, transfiriendo hacia el falso precepto de la universalidad, es decir, toda la complejidad que de hecho es la lucha por la conservación y seguridad se contrapone en la medida en que  la cultura en tanto reino de los valores propiamente dichos y de los fines últimos, trasladada  al mundo de la utilidad social y de los fines mediatos, queda sociológica y valorativamente alejada del proceso social.
 Se entiende que esta vision- cultura que pertenece a la época burguesa y que a lo largo de su propio desarrollo “ha conducido a la separación del mundo anímico-espiritual, en tanto reino independiente de los valores, colocando a aquél por encima de ésta.”


 Lo fundamental es la afirmación de la “legitimidad” de la cultura “obligatoria para todos”, que ha de ser afirmado incondicionalmente y que es eternamente superior, esencialmente diferente del mundo real de la lucha cotidiana por la existencia, pero que todo individuo “desde su interioridad”, sin modificar en lo mas mínimo su situación fáctica, puede realizar por sí mismo. Los productos que subyacen en  las actividades y  en los objetos culturales obtienen el discurso que universaliza la  dignidad que los eleva por encima de lo cotidiano: su recepción (tendiente al orden pasivo) se convierte en un acto de sublime solemnidad.

 Esto quiere decir, el “individuo abstracto” ha sufrido transformaciones sustanciales ya que ahora es el portador de la exigencia de su satisfacción a través de los productos que sustrae la cultura y a la vez, deja de ser representante de las generalidades y esto conlleva a situarse inmediatamente frente a su “determinación”, frente a sus fines y objetivos, sin la mediación ni construcción de la cosa social.
Por lo tanto, bajo este postulado se otorga al individuo un ámbito mayor de satisfacciones individuales – a través del ámbito de la creciente producción capitalista, se comenzó a llenar con cada vez mayor cantidad de “objetos culturales” -de satisfacción posible bajo la forma de mercancías-“la liberación burguesa del individuo” ante la construcción del entramado social significa en lo vía de lo fáctico la posibilitación de una nueva felicidad.
Pero con esto desaparece “inmediatamente su validez universal” ya que la igualdad abstracta de los individuos se realiza en la producción capitalista como la desigualdad concreta: sólo una pequeña parte de los hombres posee el poder de adquisición necesario como para adquirir la cantidad de “mercancía” indispensable para asegurar su culturización.

Entonces hay posibilidades reales de “derecho de todo el pueblo a los bienes de la cultura”, de “mejorar la educación corporal, espiritual y moral del pueblo”. La igualdad desaparece cuando se trata de las condiciones para la obtención de los medios. Es a través de estas contradicciones que perpetúan  la idealización de esta aspiración. La satisfacción verdadera de los individuos no se logra en una dinámica idealista (que en cierta medida deriva del principio burgues) que posterga siempre su realización o la convierte en el afán por lo no alcanzable. Sólo oponiéndose a la cultura idealista puede lograrse esta satisfacción; sólo oponiéndose a esta cultura resonará como exigencia universal, es decir, “la satisfacción de los individuos se presenta como la exigencia de una modificación real de las relaciones materiales de la existencia.”

La cuestión es como se procedió a la legitimación del discurso socioliogizante del valor de uso, y de la mercantilización del saber, a la vez  sus efectos sobre los poderes públicos y en las distintas instituciones civiles.

Asistimos a los enunciados filosóficos en lo que refiere a  ¿quién decide lo que es saber?, y ¿quién sabe lo que conviene decidir?
En una sociedad donde el componente comunicacional es evidente, como realidad y como problema, el aspecto instrumental y transmitido de la cosa cultura adquiere especial relevancia, y no podemos tomarlo con enfoque reduccionista a la alternativa tradicional de la palabra, “de la transmisión unilateral de mensajes, o de la libre expresión o del diálogo.”

La cultura como principio de adquisición, inseparable  a la totalidad del mundo exterior, tiene en esencia la utilidad del orden en las relaciones sociales, a la vez el desarrollo cultural le impone restricciones, y la justicia exige que nadie escape a ellas. Por consiguiente, el anhelo de libertad se dirige contra determinadas formas y exigencias de la cultura.
Nicolas Pi









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