Perspectiva
Cultura.
Creemos pertinente abordar el
aspecto constitutivo de la cultura, y las fundamentaciones que consolidan
nuestra afirmación que la cultura no solamente es la contemplación, ni se
limita tan sólo a extraer la consecuencia de la acción subjetivada de la
cultura, concepto vigente desde hacía ya tiempo: “cultura”... es simplemente
aquello que es expresión espiritual (anímica), querer espiritual (anímico) y,
por lo tanto, expresión y querer de un ‘ser’, de un ‘alma’ situada por detrás
de todo dominio intelectual de existencia y que en su afán de expresión y en su
querer, no se preocupa por la finalidad y la utilidad...”
Al incorporar estos aspectos modelicos y al transformarlos, mediante la aparente
cualidad del compromiso general, se crea en el campo de la cultura un ámbito de
unidad y de libertad ficticios en el que han de quedar dominadas y apaciguadas
la relaciones antagónicas de la sociedad tan necesarias para el desarrollo de
la misma, es decir, la cultura afirma y oculta las nuevas condiciones sociales
de vida.
A la vez, la evidente manifestación
de reincorporar a la cultura como elemento integral, en la tan mentada
construcción de la ciudadanía, se ha
valorizado hasta ahora sólo bajo las formas del utilitarismo. El utilitarismo,
desde nuestra concepción es sólo el contrario de la cultura. Lo “útil” lo entendemos
como la utilidad del hombre de negocios, que incluye la cultura en la
cuenta de los gastos inevitables: como elemento de distracción. La cultura es
calculada, desde el primer momento, por su utilidad, al igual que la
posibilidad de ganancias que esta brinda, es decir, es calculada en relación
con los riesgos y con los costos y, de esta manera, queda estrechamente
vinculada a los principios económicos de esta sociedad. En el utilitarismo el
interés del individuo con respecto al hacer/ al estar cultural se une a los intereses fundamentales del orden
existente. Desde esta perspectiva la cultura la entendemos como es,
insustancial; conserva este carácter hasta en la organización del ocio, (por el
Estado) dentro de los parámetros de lo permitido se organiza la “satisfacción”
de acceder a los bienes culturales.
En cierta medida se esta erigiendo
en los cimientos “del orden” de la cultura el carácter de transitoriedad que
conlleva la desvalorización del elemento esencial del quehacer cultural la
sensibilidad.
Ahora bien, todo intento de esbozar la imagen
opuesta a la cultura imperante, nos hace
enfrentar con el clisé, (es siempre mejor aceptar este clisé) y no aquel de la
transformación inofensiva, que parece subyacer en algunas teorías de la
cultura. Se habla de la “universalización de los valores culturales”, en una
gigantesca fábrica de educación popular, del “derecho de todo el pueblo a los
bienes de la cultura”, de “mejorar la educación corporal, espiritual y moral
del pueblo”. Pero esto es tan sólo convertir la tendencia de una sociedad
enfrentada en la forma consciente de vida de otra, erigir en una nueva virtud
un defecto.
Si no
profundizamos hacia esta vertiente poniendo en tela de juicio la imposición de
la praxis burguesa de lo funcional y lo necesario en el campo de la cultura
todo intento de reconfigurar la acción solo queda reservada para el quehacer
teórico.
Sin
intención de explayar las transformaciones que el concepto cultura o en lo que
es la construcción histórica de la definición, es necesario tomar una
significación como instrumento de aproximación y análisis, este refiere a la
abstracción hacia la totalidad social del mundo espiritual, transfiriendo hacia
el falso precepto de la universalidad, es decir, toda la complejidad que de
hecho es la lucha por la conservación y seguridad se contrapone en la medida en
que la cultura en tanto reino de los
valores propiamente dichos y de los fines últimos, trasladada al mundo de la utilidad social y de los fines
mediatos, queda sociológica y valorativamente alejada del proceso social.
Se entiende que esta vision- cultura que
pertenece a la época burguesa y que a lo largo de su propio desarrollo “ha
conducido a la separación del mundo anímico-espiritual, en tanto reino
independiente de los valores, colocando a aquél por encima de ésta.”
Lo fundamental es la afirmación de la
“legitimidad” de la cultura “obligatoria para todos”, que ha de ser afirmado
incondicionalmente y que es eternamente superior, esencialmente diferente del
mundo real de la lucha cotidiana por la existencia, pero que todo individuo
“desde su interioridad”, sin modificar en lo mas mínimo su situación fáctica,
puede realizar por sí mismo. Los productos que subyacen en las actividades y en los objetos culturales obtienen el discurso
que universaliza la dignidad que los
eleva por encima de lo cotidiano: su recepción (tendiente al orden pasivo) se
convierte en un acto de sublime solemnidad.
Esto quiere decir, el “individuo abstracto” ha
sufrido transformaciones sustanciales ya que ahora es el portador de la
exigencia de su satisfacción a través de los productos que sustrae la cultura y
a la vez, deja de ser representante de las generalidades y esto conlleva a
situarse inmediatamente frente a su “determinación”, frente a sus fines y
objetivos, sin la mediación ni construcción de la cosa social.
Por lo
tanto, bajo este postulado se otorga al individuo un ámbito mayor de
satisfacciones individuales – a través del ámbito de la creciente producción
capitalista, se comenzó a llenar con cada vez mayor cantidad de “objetos
culturales” -de satisfacción posible bajo la forma de mercancías-“la liberación
burguesa del individuo” ante la construcción del entramado social significa en
lo vía de lo fáctico la posibilitación de una nueva felicidad.
Pero con
esto desaparece “inmediatamente su validez universal” ya que la igualdad
abstracta de los individuos se realiza en la producción capitalista como la
desigualdad concreta: sólo una pequeña parte de los hombres posee el poder de
adquisición necesario como para adquirir la cantidad de “mercancía”
indispensable para asegurar su culturización.
Entonces
hay posibilidades reales de “derecho de todo el pueblo a los bienes de la
cultura”, de “mejorar la educación corporal, espiritual y moral del pueblo”. La
igualdad desaparece cuando se trata de las condiciones para la obtención de los
medios. Es a través de estas contradicciones que perpetúan la idealización de esta aspiración. La
satisfacción verdadera de los individuos no se logra en una dinámica idealista
(que en cierta medida deriva del principio burgues) que posterga siempre su
realización o la convierte en el afán por lo no alcanzable. Sólo oponiéndose
a la cultura idealista puede lograrse esta satisfacción; sólo oponiéndose
a esta cultura resonará como exigencia universal, es decir, “la
satisfacción de los individuos se presenta como la exigencia de una
modificación real de las relaciones materiales de la existencia.”
La
cuestión es como se procedió a la legitimación del discurso socioliogizante del
valor de uso, y de la mercantilización del saber, a la vez sus efectos sobre los poderes públicos y en
las distintas instituciones civiles.
Asistimos
a los enunciados filosóficos en lo que refiere a ¿quién decide lo que es saber?, y ¿quién sabe
lo que conviene decidir?
En una
sociedad donde el componente comunicacional es evidente, como realidad y como
problema, el aspecto instrumental y transmitido de la cosa cultura adquiere
especial relevancia, y no podemos tomarlo con enfoque reduccionista a la
alternativa tradicional de la palabra, “de la transmisión unilateral de mensajes,
o de la libre expresión o del diálogo.”
La cultura
como principio de adquisición, inseparable a la totalidad del mundo exterior, tiene en
esencia la utilidad del orden en las relaciones sociales, a la vez el
desarrollo cultural le impone restricciones, y la justicia exige que nadie
escape a ellas. Por consiguiente, el anhelo de libertad se dirige contra
determinadas formas y exigencias de la cultura.
Nicolas Pi
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