El compositor y pianista Horacio Salgán cumple hoy cien años. "Me retiré de las actividades públicas, no de la música", dijo el referente del género.
La estética del tango, por su elasticidad, admite usos contrapuestos: como un acto de consumo, homogeneizador y aplanador, o como un hecho artístico excelso, al nivel de las músicas más complejas. Horacio Salgán, que hoy cumple cien años, es un exponente-acaso el mejor-de esa segunda posibilidad, que condensa un tango educado, refinado y a la vez atorrante.
No fue el más popular. Ni el más estridente en su relación con los medios. Tampoco el más vivo del ambiente, donde hasta lo cargaban por no participar de los hábitos nocturnos de sus colegas. Fue, eso sí, el que entregó su vida al estudio y a la música. Y el que consolidó un estilo. Decía: "Nunca me propuse tener un estilo ni hacer una renovación de nada. Lo que salió, salió espontáneamente porque así lo sentía". Fracasó.
Admirado por músicos como Daniel Barenboim, Arthur Rubinstein o Igor Stravinsky, Salgán -y es obvio- no fue sólo tango. Irradió su técnica hacia la música brasileña, peruana, el jazz y lo clásico. Del mismo modo, el tango de Salgán lleva una dosis de negritud propia de las tradiciones musicales del continente. Fue director, pianista, compositor y arreglador. Sus "arreglos", muchas veces, ya no son arreglos sino las versiones definitivas de esos tangos.
Horacio Adolfo Salgán nació el 16 de junio de 1916 cerca del Mercado del Abasto. Su padre, músico intuitivo, tocaba el piano y la guitarra. Horacio comenzó a estudiar a los seis años y a los 13 era el mejor alumno del Conservatorio Municipal, donde se estudió, sobre todo, los músicos clásicos con carta de ciudadanía romántica.
De niño tocaba el piano como número vivo en las películas mudas y a los 18 se incorporó a Radio Belgrano. También integró elencos musicales de Excelsior, Prieto, El Mundo y Stentor.
Su ingreso a la primera liga del tango fue a los 20, a instancias del director Roberto Firpo, que lo sumó a su orquesta. Poco después se convirtió en arreglador de la orquesta de Miguel Caló. Su primer encargo fue para hacer una versión de "Los indios", de Francisco Canaro.
En 1944 fundó su propia orquesta (cuatro bandoneones, cuatro violines, viola, cello, contrabajo y piano). "La idea de formarla de alguna manera está determinada por la composición. Empecé a componer porque quería hacer tango de una manera determinada. No con la idea de ser compositor, sino con la de tocar tangos como a mí me gustaba. Lo mismo sucedió con la orquesta. Como me gustaba interpretar tangos a mi manera, la única forma era teniendo mi propio conjunto. Hay gente a la que le gusta ser director de orquesta, pero a mí me interesó mi vocación pianística. Sin ninguna intención de crear nada", explicó para el libro "Horacio Salgán: la supervivencia de un artista en el tiempo", de 1992.
Por entonces Astor Piazzolla, que trabajaba con la orquesta de Aníbal Troilo, se escapaba en los intervalos para escuchar la orquesta de Salgán, que tocaba en otro bar cruzando la calle. Alguna vez le confesó que tras cada concierto, encandilado por las virtudes del pianista, se replanteaba su capacidad como orquestador.
La experiencia de la orquesta duró apenas tres años. El espíritu mercantil de la radio determinó su expulsión, en 1947. Su ambición musical no tenía lugar para un pulso mediático determinado por la repetición de lo ya probado. Su orquesta -afirmaba el director de Radio El Mundo- sonaba "rara" (disonante) y su cantor, Edmundo Rivero, cantaba "mal" (sincopado).Se recluyó en el estudio y la enseñanza. Reapareció en 1950, con otra formación, y el 1957 conoció al guitarrista Ubaldo de Lío. Con él conformó el Quinteto Real -emblemática formación del tango, que todavía persiste al mando de su hijo, César Salgán- con Enrique Mario Francini (violín), Rafael Ferro (contrabajo) y el bandoneonista Pedro Laurentz, otro de los padres del tango. Música para escuchar más que bailar, era el axioma del quinteto.También tocó con De Lío, Leopoldo Federico ( reemplazado por Néstor Marconi), Antonio Agri y Omar Murthag.
En 1970 actuó en el Lincoln Center de Nueva York y en 1972 en el Colón. Su última vez para el público masivo fue en 2010 para la celebración del Bicentenario del 25 de mayo de 1810.
Escribió temas como "Grillito", "A fuego lento", "Cortada de San Ignacio", entre más; apuntaló a cantores como Edmundo Rivero y Roberto Goyeneche; y realizó una tarea inmensa como arreglador, aunque rechazaba esa palabra, que sugería que había algo roto en las partituras originales.
"Yo nunca lo aclaré pero en la orquesta o en el dúo con De Lío todos los arreglos fueron míos. Escribí de la primera a la última nota desde aquella primera orquesta que fundé en 1944. Nunca se me ocurrió poner ese dato en ninguna grabación. No lo creí necesario. Pero ¿qué resulta ahora? Que un grupo europeo graba un CD con mis arreglos para quinteto y figura como arreglador el pianista", se asombró alguna vez.
Fue tildado de vanguardista, pero sin embargo también fue conservador, ya que contribuyó a consolidar las reglas de un lenguaje. Preguntado sobre los impulsos del tango contemporáneo, incluso el llamado tango electrónico, contestaba con amabilidad y firmeza: "Lógicamente pienso que hay que empezar a tocar el tango como es y después hablar de las variantes. Antes de dar un salto mortal hay que aprender a caminar. Después, el tiempo dirá".
Hace poco, en diálogo con Télam, repitió: "Mi máxima ambición, y lo fue desde niño y también lo es hasta hoy, es aprender a tocar el piano, lo mejor posible. Y así sigo: porque me retiré de las actividades públicas, no de la música".