Gideon Levy,, 12/11/2025 Haretz Traducido por Tlaxcala
Una comisión estatal de investigación es una garantía de pérdida de tiempo, una distracción de lo verdaderamente importante, una vaca sagrada y estúpida que incluso podría jugar a favor del primer ministro. La oposición antigubernamental ya ha comenzado a fantasear: la Comisión Agranat, que examinó los fallos que precedieron a la Guerra de Yom Kippur de 1973, será resucitada, y Netanyahu dimitirá, como lo hizo Golda Meir. Una pandilla de jueces encumbrados y generales geriátricos celebrará sesiones soporíferas durante dos o tres años, al final de las cuales el público recibirá conclusiones enrevesadas, la mayoría de ellas técnicas: si se desplegaron o no los tanques; si las tarjetas SIM de los teléfonos de miembros de Hamás fueron o no activadas. Centrarse en la creación de una comisión de investigación es inútil. Su definición específica —estatal, gubernamental o sistémica— también es un punto marginal. En la realidad política actual, cualquier comisión de investigación, incluso una estatal —el nivel más alto— decepcionará a quienes esperan ver a Netanyahu expulsado ignominiosamente de todos sus cargos oficiales: el deseo principal, y posiblemente el único, de quienes exigen su creación. No se necesita una comisión para entender que hubo un fiasco. No se necesitan años de deliberaciones para determinar que “las Fuerzas de Defensa de Israel no mantuvieron su capacidad de enfrentar una guerra sorpresa”, como determinó esta semana el Comité Turgeman. Una comisión no ayudará a satisfacer el deseo de atribuirle toda la culpa a Netanyahu. La Comisión Agranat eximió completamente a los líderes políticos de toda responsabilidad e incluso los elogió; la Comisión Kahan, que investigó la masacre de Sabra y Chatila en 1982, llevó a la salida de Ariel Sharon del Ministerio de Defensa, solo para que se convirtiera en primer ministro menos de una década después. Ninguna de estas comisiones —las más exitosas que hemos tenido— contribuyó a generar los cambios necesarios. La Comisión Agranat no cambió a Israel. Quien transformó el Estado fue el primer ministro Menájem Beguin al firmar el tratado de paz con Egipto algunos años después. Si hubiera dependido de la Comisión Agranat, habría bastado con reabastecer los almacenes de emergencia, ampliar el ejército y añadir más escuadrones de la Fuerza Aérea. Ninguna comisión se atreverá a concluir que había un contexto para el 7 de octubre que debe transformarse de manera fundamental. Esta debería ser la recomendación más importante de cualquier comisión, pero aún no ha nacido —ni nacerá jamás— la comisión dispuesta a manejar esa papa caliente. Basta con ver lo que le hicieron al secretario general de la ONU por haber dicho esto pocos días después del desastre. Cientos de testigos comparecerán ante tal comisión y relatarán los preparativos fallidos y la inteligencia que se desvió. Esto ya lo sabemos desde hace tiempo. Hablarán de las transferencias de dinero a Hamás (algo que también ocurrió antes del actual gobierno de Netanyahu) y del ejército que desapareció mientras todo ardía. Ninguna comisión preguntará: ¿qué pensaban hacer con la Franja de Gaza dentro de 10 o 20 años? Y si lo pregunta, no obtendrá respuesta. Porque Israel no tiene respuesta a esta pregunta. Y para eso, no hace falta ninguna comisión. Se puede comprender a las familias en duelo que hacen campaña para crear una comisión. ¿Qué más les queda aparte del deseo de castigar a quienes provocaron sus tragedias? Pero el movimiento de protesta debe abandonar su zona de confort: la lucha por el regreso de los rehenes y por la creación de una comisión estatal de investigación. Si realmente desea generar reparación, debe proponer con valentía un concepto alternativo, incluso a riesgo de perder parte de su apoyo. Una comisión estatal de investigación solo proporcionará más de lo mismo. En el mejor de los casos, Netanyahu se irá y Naftali Bennett tomará el relevo. |

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