Parte del problema
El progresismo, tanto en Uruguay como en el resto del mundo, se ha presentado como una alternativa ilusionante para aquellos que buscan un cambio social y político. Sin embargo, al analizar su verdadera naturaleza, se revela que esta corriente es más un muro de contención que una herramienta real de transformación. La desilusión que genera, especialmente en tiempos de crisis, es palpable. En lugar de empoderar a las masas y fomentar una auténtica rebeldía popular, el progresismo se ha convertido en un mecanismo que frena las aspiraciones genuinas de cambio.
Uno de los mayores engaños del progresismo es su pretensión de ser una izquierda auténtica. En la práctica, se ha alineado con sectores de la derecha, buscando un consenso que diluye cualquier posibilidad de confrontación real con el sistema. Esta actitud conformista no solo confunde a la gente, sino que también la desarma. Las promesas de cambio se convierten en meras palabras vacías, mientras que los problemas estructurales continúan sin resolverse.
El progresismo se centra en lo electoral, buscando constantemente una aprobación popular que, aunque comprensible, se convierte en su principal limitación. Esta obsesión por ganar elecciones y mantener el poder a toda costa lo aleja de las demandas urgentes de la sociedad. En lugar de movilizar a las masas y fomentar una lucha frontal contra el fascismo y otras formas de opresión, se dedica a pacificar las calles y controlar el descontento social. Esta estrategia, lejos de ser una solución, es un obstáculo que perpetúa la injusticia y el sufrimiento.
No se puede considerar al progresismo como una barrera efectiva contra el fascismo. Al contrario, su falta de compromiso real y su tendencia a la conciliación lo convierten en un aliado involuntario del autoritarismo. Cuando se presenta como la única alternativa viable, el progresismo no solo desilusiona, sino que también contribuye a la normalización de un sistema que debería ser desafiado y transformado.
En resumen, el progresismo, lejos de ser una herramienta de cambio, actúa como un freno a la verdadera rebelión popular. Su conformismo y su enfoque electoral lo convierten en un actor que, en vez de desafiar el status quo, lo refuerza. Es hora de reconocer que el progreso no se logra a través de la mediación y la conciliación, sino a través de un compromiso genuino con la lucha por la justicia social y la emancipación. La historia nos ha enseñado que el cambio real proviene de la acción colectiva y la resistencia, no de las promesas vacías de un progresismo que se ha convertido en parte del problema.
Mauricio
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