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lunes, 3 de julio de 2023
JUAN MARIÑO
Uruguay: su abundancia de agua es su escasez
Luis E. Sabini Fernández
https://revistafuturos.noblogs.org/
¿De qué adolecen los países con impronta colonial? De lo que disponen en abundancia.
India pasaba hambre los años de buena cosecha: era cuando los barcos ingleses se llevaban todo lo que podían. Por supuesto, sin tener la menor consideración hacia las necesidades locales. Eso era el colonialismo, precisamente. Eso no es historia. Es política, ahora designada geopolítica mundial. Y está absolutamente vigente. Con nuevos estructuras simbólicas, por ejemplo.
Un buen capítulo de los cambios de significado de los símbolos puede percibirse con las banderas, señas de identidad de comunidades, políticas o religiosas.
Los símbolos nacionales, por ejemplo, pero las banderas son mucho más que eso.
Con el advenimiento de más incisivas formas de navegación, abandonando la de cabotaje e iniciando las travesías más allá de la vista de las costas, las banderas eran las señas de identidad de las diversas organizaciones, públicas o privadas, que cruzaban sus itinerarios en esos mares.
Los barcos tenían su bandera distintiva del estado a que pertenecían. Los barcos colonizadores iban asentando así sus reales en costas nuevas.
El mar fue dominado por las grandes potencias que se permitían cruces transoceánicos, y establecían allende los mares, colonias.
Con el tiempo, además de las banderas distintivas del estado al que perteneciera cada embarcación, sobrevinieron las banderas piratas, que expresaban a quienes no se sentían súbditos de estado alguno y encaraban su trabajo marítimo por cuenta propia o privadamente, y también quienes como piratas en realidad trabajan no oficialmente para algún gobierno: el pasaje, la traslación de tierras americanas y sus recursos del colonialismo español al británico se logró en buena medida mediante barcos al servicio del reino británico, que saqueaban a los españoles, sin declarar su pertenencia.
Desde 1945 con cambios estructurales del poder planetario, con el ascenso ya indiscutible de EE.UU a imperio con aspiración de universal,1 las formas coloniales tradicionales dieron lugar a lo que se denominó neocolonialismo. Se reconocía así que el colonialismo puro y duro de los siglos anteriores se había hecho insostenible para el estado de conciencia, concientización alcanzado.2 Y se mantuvo la relación colonial pero no ya entre imperios y colonias sino entre estados nacionales formalmente iguales entre sí.
Entonces, las banderas pasaron a tener otro significado: todas las partes del contrato colonial, ahora neocolonial, tienen sus banderas.
Y el carácter melifluo de las relaciones internacionales alcanzó un nuevo nivel.
Señalamos antes como la explotación colonial del subcontinente indio a manos de su Majestad Británica, desde el comienzo fue rigurosamente programada. Pero no fue, obviamente, excepción.
Nigeria, un territorio africano occidental poblado ancestralmente por naciones grandes y fuertes, como hausas e ibos, por ejemplo, era considerado al despuntar el siglo XX como el país más rico del mundo entero. Naturalmente dotado.
En su millón de km2 contaba con abundantes minerales, alimentos vegetales y animales variados y nutritivos, una naturaleza exuberante. El saqueo colonial, intensificado con la extracción de petróleo a partir del siglo XX, lo ha convertido en tierra estéril y tóxica, puesto que montes, bosques, selvas han sido atravesados por oleoductos que se han averiado (con mucha mayor frecuencia que en tierras “propias”), generando una serie atroz de lagunones de petróleo que ha ido arrasando cultivos, envenenando suelos. Algo que tras un siglo de desperfectos, averías y pinchaduras ha convertido a los campos nigerianos en una pesadilla ambiental. ¿Cómo ha sido eso posible? Porque la extracción de recursos de tipo colonial no atiende al sitio donde se extrae. Todo lo colonial es solo el asiento de un producto que le interesa a la metrópolis.
Esto es tan cierto que algunas relaciones coloniales de nuevo tipo, con actores sociales se supone “no tradicionales”, no han escapado a esa ley de hierro del desprecio hacia lo ajeno y periférico. Noruega se ha especializado en cultivar salmones en criaderos. Para incrementar su producción y consumo. Esos salmones ya no son los que los pescadores de antaño, o los osos, solían pescar en los rápidos donde tradicionalmente se los pescaba, cuando nadaban contracorriente para cumplir el impulso reproductor que los lleva a llegar agotados a los ríos donde nacieran, ahora para engendrar descendencia.
Los salmones criados mediante acuicultura no sólo están impedidos de nadar contracorriente, sino que apenas si pueden nadar en recintos cerrados. Tales emprendimientos permiten acrecentar la producción de un pescado que seguramente es de inferior calidad al natural. Así y todo, tienen que andar con cuidado para evitar pestes que fácilmente puedan arrasar todo el estanque. Y si los noruegos han procurado capear los desastres ambientales en sus estanques, noruegos, en los que implantaron en el sur chileno, por diversos motivos, “elastificaron” los límites poblacionales de cada estanque y con ello, se ampliaron las posibilidades de infecciones generalizadas. Como la que pasó hace unos años en Chiloé, en el sur de Chile con el caligus, una especie de piojo de mar, de unos 2 o 3 mm de largo, que pica la piel del salmón, es herido en varios lugares y el animal pierde peso y calidad. Y puede llegar a morir. Y, “lo más importante”, pierde valor para el mercado internacional (aunque en el mercado local chileno se siguió comercializando para no perderlo todo tan estrepitosamente). El desastre ambiental fue atroz; salmones atosigados de antibióticos, por ejemplo, envenenamiento generalizado del mar aledaño.
La India, Nigeria o Chile no son excepción. Es lo que ha sufrido la periferia planetaria, rica en minerales y alimentos, que pasa hambre y privaciones.
La maldición para un país colonial es tener, gozar de un bien ansiable, “necesario” para las metrópolis.
Uruguay disponía de mucha agua. País templado, húmedo, irrigado por innúmeros ríos y arroyos. Tan bien presentados por nuestros poetas. La agroindustria y la industria en general tomaron nota.
Celulosa, soja transgénica, ganadería intensiva, arroz, se fueron convirtiendo en rubros producidos en el país. Bajo condiciones coloniales,
ciertamente, es decir con deterioro de lo local.3 La producción de celulosa arrasa y excede toda estructura local. Baste pensar que la celulosera que acaba de inaugurarse en la margen septentrional del río Negro (UPM2) exige 133 millones de litros de agua diarios, devuelve al río 107 millones pero ahora contaminados, absolutamente tóxicos para cualquier producción posterior (pesca, agricultura, turismo), reteniendo además 26 millones de litros diarios –leyó bien, 26 millones de litros diarios–, de agua que desaparecen de nuestro ecosistema.
Las dimensiones del “paisito” no se acompasan con esta escala empobrecedora. Pero lamentablemente no es solo la celulosa la que se roba el agua. Antes, el eucalipto, que será luego materia prima para hacer celulosa, ha sido el primer extractor de agua a un ritmo totalmente desquiciante para nuestras dimensiones nacionales: lo saben todos los ganaderos y agricultores que han tenido al lado plantaciones de eucaliptos: han visto bajar mucho, visiblemente, los niveles de agua disponible, la humedad ambiente.
Pero el agua “oriental” ha atraído también otras dos variantes extractivas que terminan de arruinar “el paisito”: la soja transgénica, que no solo exige mucha agua sino que además se vale de una batería de agrotóxicos que emponzoña la tierra como pocas veces antes, y la ganadería intensiva tipo vacas estabuladas mediante feed lot o tambos “modelo” con mil vacas concentradas, que vacían de agua toda una región dejando el tendal de pequeños productores granjeros, quinteros. Esta ganadería tipo “campos de concentración” –la misma técnica que ya vimos con la acuicultura– necesita toda una batería de antibióticos, antiparasitarios, antidiarreicos, etcétera, para que la aparición de un brote cualquiera patógeno no arrase con toda o casi toda su población. La carne de estos animales paralizados suele hacerse más blanda porque son animales que apenas emplean su musculatura. Y la ignorancia popular permite confundir carne más blanda con más tierna, con lo cual la carne de feed lot tiene cierta estima en el público que nada conoce.4
Resultado en un país colonial: tiene escasez de lo que tiene en abundancia. De lo que tuvo. Porque el exprimido es incontenible, insaciable, ilimitado. Porque las metrópolis administran aquí algo ajeno y por lo tanto lo hacen sólo en su propio beneficio, más allá de “las declaraciones” de cooperación y “buena voluntad”. Nada que ver con la producción de quien cuida su propio jardín, su propio taller, su propio hogar, sus propios hijos.
Hasta mediados del s. XX, cuando el agua era todavía abundante en todas partes (salvo en el Sahara): veíamos con pesar y dolor las ciudades mineras de Chile, como Lota, o de Bolivia, como Potosí. Porque allí veíamos claramente los males de la extracción colonial o neocolonial, al servicio de una sociedad lejana, metropolitana (a veces, capital del propio país, a veces capital de un imperio ajeno).
Pero en Uruguay, también colonial, la ganadería fue relativamente benigna con nosotros: aunque no facilitó la formación de familias rurales y alimentó la servidumbre,5 a la vez permitió comer a los lugareños. Carne, y a veces hasta
leche. Nada menos. Y el cuero permitía vestirse, hacer muebles… y hasta ofrendas en hueso y guampa… La condición colonial se veía entonces mucho más indirectamente, en todo caso dentro de nuestro desarrollo cultural dependiente.
En el siglo XVI era la plata el botín. En el siglo XIX y con el aplauso del socialismo será el oro.6 Y desde su segunda mitad, el acero.
En el siglo XXI es el agua el bien apetecible, escaso y crucial. Ahora sí llega, llegó la relación imperial de modo masivo y sin contemplaciones a nuestro “paisito”.
Si no sabemos atajarnos, podremos entrar en la miseria global a la que el colonialismo, siempre expansivo, ha postrado a Haití, a Indonesia, a Bangla Desh, a Ecuador y desde los albores de la modernidad al África.
Con el ingreso de EE.UU. al sitial de líder pretendiéndose dueño y señor del planeta, con un impulso mayor a la tecnificación generalizada, con total desmedro de los equilibrios biológicos y ambientales (el emprendedurismo es lo opuesto de lo ecológico, aunque al día de hoy pululen los emprendimientos que proclaman el cuidado ambiental como su principal objetivo), la estructura material, cultural, tecnológica, sanitaria, del planeta ha entrado en una nueva dimensión, es decir en una nueva crisis.
En tanto nuestro país se siga sintiendo soberano, como en el himno, vamos a ser ciegos o indiferentes a nuestra colonialidad, condición colonial. Dependiente. Satelitaria. Que lógicamente se oculta a sí misma, porque tal es el diseño de “estado mundial” promovido por EE.UU. desde 1945. Todos con banderitas nacionales.7